domingo, 13 de diciembre de 2015

MI AMIGO, CASI HERMANO


      -¿Sabés qué me pasa? Imagino los alemanes con bigote angosto y haciendo ¡Heil!, no lo nombro-. Yo sabía que Alemania le iba a abrir la cabeza, más allá de su xenofobia que había bajado decibeles viviendo en Berlín. Era la máxima autoridad en un centro de literatura latinoamericana.
      Rubio, muy alto y se vestía como un alemán perfecto. Cuando nos conocimos encontramos nuestros escritorios demasiado angostos y sacamos los pasajes. Quisimos huir de la miseria, de un país que se hundía a otro donde techo y comida se pagaban con trabajo. Me sorprendió cuando lo escuché hablar en un alemán perfecto. Yo sólo hablaba castellano imperfecto. Aprendí en un curso de seis meses a hablar el idioma, donde recibí honores al finalizar el ciclo.
      Vivíamos en la misma casa, hasta que apareció su novia embarazada. Reclamaron mi cuarto para el bebé. La propuesta era a elegir entre el living ó el garage, ambos lugares para armar mi dormitorio.
     Estuve de acuerdo. Los intercambios con mi amigo cubrían la distancia de nuestra tierra.
     Solía compartir nuestras veladas, la embarazada. Nos venía muy bien para la práctica del idioma. Cuando se ponía pesada, la mandábamos a dormir y seguíamos hablando de nuestras películas predilectas o cualquier otra lechuga. Sentí que era mi hermano, tal vez por ser único hijo. Fui padrino del bebé, le pusieron mi nombre y mi apellido. Esto no lo entendí, pero viniendo de mi casi hermano tuve plena confianza.
       Fue repentino, volví a Bs As. Extrañaba mi almohada, el bar de abajo, charlar con mis viejos amigos, que estaban más viejos que amigos. Los miraba y se veían lejos y borrosos. No había un pensamiento colectivo de esperanzas bien distribuidas.
      Me cansaron las diatribas de ciencia ficción, saqué un pasaje a Alemania y volví a mi antiguo domicilio. Mi amigo jugaba con sus cuatro hijos, todos iguales a él en miniatura, menos uno, que parecía yo cuando era chico.
      Del abrazo pasamos al costo de la casa, él decía haber puesto más que yo. No era cierto, pero no le contesté. Acomodé mi dormitorio en mi dormitorio, a los chicos les armé una cama gigante con todos los almohadones que encontré en el living. Rediseñé el interior de la casa, redecoré el dormitorio de mi amigo. A la alemana se le notaba de qué lado dormía, porque allí estaba hundido y tenía olor a salchicha.
       Ese olor me trajo a la memoria que una noche, de terrible borrachera la gorda me violó sin yo darme cuenta. Salimos a la terraza y preparé a mi amigo, casi hermano, le conté del episodio y el olvido.
      Se mostró afable y perdonavidas. Me saqué un peso de encima, ellos a cambio pusieron al hijo igual a mí, bajo mi custodia. Le vi ojos de perro desamparado y vino a vivir conmigo, a otra casa cercana, para que no perdiera contacto con sus hermanitos cara de chancho con olor a chucrut y su madre, la gorda salchichonga. Con mi amigo, retornamos a nuestras charlas sobre libros, películas, cosas de Argentina y el café de la cortada Tres Sargentos.
      Nos despedimos con un abrazo, me llevaba el niño que tenía hasta mi apellido. Fuimos al Machu-Pichu.

      Desde aquí arriba pienso en mi amigo, casi hermano. La voz de un niño, me reclama.

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