La terraza austera y humilde como sus
habitantes, Jenny y Salvador. Un corral de ovejas hecho con pircas, la casa a
la que sumaron madera y piedra. Las festucas crecían por doquier, hasta llegar
al arroyo. Nadie sabía de la existencia de aquel arroyo, las aguas emergían de
las piedras, daban una vuelta de un kilómetro y volvían al interior de la
tierra.
Les llevó cinco años terminar la casa. Silvia,
la amiga hermana de Jenny, iba casi todos los días de fines de semana para
ayudar y les pedía a ellos que además de onda le pusieran velocidad. Hablaba como
propietaria.
–A
fin de año -dijo Silvia- la terminamos, si es que Salvador se puede acostar
temprano y madrugar-. Él se puso rojo de ira, la tomó de un brazo y le exigió
que no se metiera a organizarle la vida. –Y en todo caso, Jenny sería la
encargada de señalar mis faltas, de las cuales estoy seguro no usaría esas
palabras y esa tendencia, hundir la autoestima al otro, como si uno, como si
uno, bueno ¡Basta!, fuera de esta casa-. Dio un portazo y se fue. Cuando
Salvador encontró a Jenny llorando y hablando entre dientes. –Mi mejor amiga, cómo
hizo eso con mi mejor amiga...-
-Escuchame Jenny, es una mujer mala, no
puede ser mejor por que ignora al otro. Hoy lo hizo con vos, me faltó el respeto,
no le importó un carajo que yo sea tu marido. Sabés lo que necesita tu amiga
¿Sabés lo que necesita urgente...?-
-Sí ya sé no me lo digas más, -clamaba
Jenny hipando- coger, necesita coger-.
-Y decime vos, cómo va a encontrar alguien si
se pasa todo el fin de semana en nuestra casa y en ocasiones todos los días-.
Salvador antes de conocer a Jenny vivió
tres años con Silvia. Ella promovió que se conocieran. Los dejaba solos ante la
menor oportunidad.
Iban al cine, al teatro, a comer, siempre
solos. Silvia tenía mucho trabajo, jornadas completas, luego comenzaron los
viajes de negocios. Debió hacer uno con una comitiva importante, tardó seis
años en volver. Nadie sabía dónde estaba y qué hacía.
Se fueron a vivir juntos, en carpa y
empezaron la construcción. Jenny llevaba y traía carretillas con cemento o
leños y se reía de nada. Tal vez porque nunca pensó que todo sería tan
diferente a lo de sus padres abandónicos y otras desgracias sucesivas. Apareció
Silvia, le consiguió pasar del sector limpieza a secretaria suya. El trabajo se
atrasaba pero las historias que contaban de sus vidas auspiciaban una amistad. Silvia
entró en la propiedad en el día de San Juan, con una minicooper que clavó los frenos
antes de los árboles. Jenny despertó esa mañana con sonidos de risas y agua. Miró
por la ventana y allí estaban Salvador y Silvia, en el arroyo, arrojándose
piedritas, ella traía una bikini inexistente. Jenny bajó furiosa y le pidió que
se fuera para siempre.
-¡Por favor! ¡No me eches ahora que se
estrena mi película! Ustedes son los protagonistas, yo la directora. Van a ser
famosos gracias a mí-.
Hacía cinco años que Silvia los filmaba,
sin ellos tener idea, cuando se bañaban desnudos en el arroyo, cuando Salvador
protestaba por las comidas, cuando hacían el amor...
Ahora ambos se unieron en una sola voz
para echarla, la tiraron en lo más hondo del arroyo, caminaron bordeando el
agua, vieron el cuerpo pasar y corrieron hasta el fin del arroyo, la arrastraba
a su final, Silvia entraba a la tierra.
Como era el día de San Juan, llevaron la
minicooper al lugar más árido y le prendieron fuego a medianoche.
-Silvia no sabía nadar- Cantaba Salvador
con su guitarra –Silvia no sabía nadar- y terminaba en –Ni nada-. Jenny aplaudía
como una niña.

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