lunes, 6 de noviembre de 2023

ESTÁ EN FALTA

 

  Tiré mi mejor pullover al tacho de basura. Una confusión, estaban al lado, ambos son redondos, cuando terminó el proceso de lavado, dentro no había nada. Era tarde, habían pasado los recolectores. Laburando sin guantes, con zapatillas gastadas, ¿cómo les podía preguntar por mi mejor pullover? Cuando escuché el remisse busqué las llaves. No estaban. Cerré la puerta de casa sin llave, no puedo faltar, me dejan cesante. Regresé en un micro equivocado, pero llegué. La puerta estaba cerrada, pero sin llave. Corrí un armario sobre la puerta, no me quedaba otra opción. Estaba muerta de hambre. Le di un mordisco a la banana solitaria de mi frutera. Olvidé pelarla, le sentí un gusto raro. Pensé en arrojar la cáscara a la basura. No la encontré por ningún lado. La banana me cayó pesada.

   Abrí la ducha, fue un placer que se cortó cuando vi que no había jabón ni shampoo ni toalla. Me sequé con la toalla de mano y a la cama. No tenía sábanas ni acolchado, salí al patio, llovía. Por la mañana había puesto todo a ventilar. Después de catorce horas de trabajar derrapé en el colchón y me tapé con la alfombrita del piso.

   Por la mañana saqué un cubito para mis ojos hinchados y encontré las llaves, cubiertas de hielo. No tenía dinero para tomar un remisse, ni un micro. Desayuné lo único de la heladera, un vaso de leche cortada que escupí en un florero.  Llegué agitada, pero a tiempo. Todos miraban mis pies.  Sumergidos en pantuflas enormes con orejas de conejo y bigotes. Olvidé los zapatos. Mi jefe estaba esperando con cara de: “Otra más y fuiste”. Hice todo lo que me pidió. Sólo que los expedientes fueron dejados en reparticiones equivocadas.

   Perdí el trabajo, cuando salí no recordé dónde era mi casa. Ni tampoco supe cómo se lloraba. Un tipo me abrazó por la calle, le di una bofetada, preguntó por qué, si no había motivo. Pedí disculpas, hacía más de diez años que Jano era mi novio y no lo reconocí. Expliqué lo de mis olvidos permanentes. Me invitó a su oficina y acepté, quería descansar y sabía de la comodidad de aquel lugar. Con voz tranquila, Jano habló de nuestra relación: paciente-analista desde hacía una década. No éramos novios. Eso me alivió. Tener un novio y tan poco atractivo me parecía deprimente.

   Jano explicó que la sociedad actual, sumergida en un continente mafiocrático, donde las personas estaban a merced del desamparo en todos los órdenes. Un Tsunami donde la memoria era una de las pérdidas colectivas, entre otras.

   —Luego de mis reflexiones, ¿usted recuerda algo, mi querida?

   Apareció un núcleo de fuego en mi cabeza y grité que sí. Le conté que trabajaba con un analfafuncional, de cargo jerárquico, que me hacía caminar de un lado a otro con pilas de expedientes. Al terminar mi tarea, debía limpiar todos los baños. Por suerte, o por desgracia, me despidió. Jano, desde su pipa apagada, preguntó si no podía hacer el esfuerzo de recordar que yo era médica psiquiatra  y psicóloga. Hizo una pausa, donde me aseguró un trabajo, de escaso horario en el ANSES. Contesté que había perdido la memoria, que mi estado de confusión era inmenso, que tal vez hubiese perdido la razón, pero mi dignidad estaba intacta. Me fui, no sé adónde, pero me fui.

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