Él miraba
cualquier cabeza y se enteraba de su pasado, del presente, si era un ser
perverso o generoso. Capaz de cambiar su vida por otro. Estacionar el auto siempre
en doble mano. Si tomaba vacaciones prefería viajar solo, ir con un amigo lo
complicaba, porque con dos palabras se daba cuenta que con él a la playa, no
iría. La cabeza del amigo era más chica que el respaldo de la butaca, se
ahorraba las pastillas para dormir y hacía sonar en sus oídos: “Yo tengo una
novia mal acostumbrada, dejala, dejala” Como contar ovejas, que le pareció una
mentira fabricada, en cambio la otra, le cerraba los ojos y dormía completo.
Armaba la carpa,
solo, entre tamarindos. En los campamentos estaban todos locos. Él no se
excluía de la locura general. Pero su deseo era no ver a ninguno. Odiaba las
mujeres, sentía que eran brujas antropófagas y malas. A los hombres también los
odiaba, por participar en guerras y dejar cabos sueltos y empezar una nueva y
otra y otra, sin fin.
Olvidó el queso,
el pan y la leche, no quiso ir a la Proveeduría de las carpas y sin querer,
darse cuenta que el hombre lo atendía y la mujer se olvidaba de darle el vuelto. Veía el
interior de sus cabezas y contenían cuencos vacíos.
Por eso no le
pareció tan mal cuando vio una fogata cerca de su carpa. Cuando la chica asomó,
tenía sobre las brasas un pescado pequeño, lo sorprendió haciendo pis en un
árbol.
—Mi Papá y mis
hermanos, también hacen de pie como vos, mientras tanto miran el cielo y si hay
estrellas fugaces se las regalan a mi Mamá, que se murió con simpleza, así como
era ella. Nosotras nos agachamos para hacer pis, es aburrido, a no ser que haya
luciérnagas y entonces nos levantamos, tratando de cazar alguna y sentimos cómo
el pis se desliza por las piernas. Corremos al mar a limpiarnos y nos esperan
las noctilucas, primas de las luciérnagas. ¿Y vos quién sos?
Él ni la miró,
pero le contestó:
—¿Quién voy a
ser? Soy Yo.
La niña, casi
mujer, se tentó y no paraba su risa.
—Tengo un
pescado que ya debe estar, te doy la mitad y el resto para Yo, yo también me
llamo Yo.
La comida fue
más que austera, al final la chica se durmió, se puso bien cerquita de Yo y se
tapó con arena. Le miró la cabeza y debió corregir algunas cosas, que pensaba
antes de las mujeres. Esta niña mujer era diferente, tenía nubes, estrellas, su
hábitat el cosmos. También vio a su yo tomando la mano de Yo. Era tanto lo que
tenía dentro de su cabeza, que le asombró que no fuera cabezona. Pasó sus
vacaciones con Yo, que le preparaba pescados cada vez más grandes, lo
acompañaban con vino que la niña grande había robado a su Padre. Esa noche
cuando cayó con sueño y una sonrisa, como él no podía dormir cantó: “Yo tengo
una novia mal acostumbrada, dejala, dejala”. Yo se despertó y le apretó las dos
manos y cantó: “…No la dejes…no la dejes…” Y el final te lo dejo a vos, no le
agregues mucho caramelo.

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