Le tiré el sobre en la cara y volaron los billetes.
─A mí la guita no me interesa y menos
viniendo de vos, un pobre ordinario que come con la boca abierta.
Me dio lástima, tan vulnerable, tan
convencido que mi tristeza se pagaba con dinero.
─¡No me toques! No soporto que me toquen
desde que…
─¿Desde cuándo?, decime. Lo podemos
arreglar.
─No sos el indicado, pasó hace mucho tiempo
y si hay algo que detesto, es recordar.
Quería que le contara. ¡Ja! No era mala
persona, le parecía que su ayuda era necesaria. Me vuelve loca la cara de perro
abandonado y yo con mi desprecio, pegando cachetadas con palabras que él no
merecía ni entendía.
Mis improperios lo doblegaban, rogaba que no
lo hiciera. A mí, lo que él dijera me importaba nada. El puente me sedujo y el
agua me llamaba.
Él seguía gritando inútilmente.
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