La Facultad de Bellas Artes, tenía un teatro en semicírculo, donde los Profesores de Historia del Arte, en una pantalla, explicaban las etapas que iban desde la Prehistoria, pasando por Egipto, Grecia, Persia y a este tiempo no llegaban, no sé si por falta de tiempo o de conocimiento. Delante de mí se sentaba el compañero Espósito, le había prestado el Hauser III, Historia Social de la Literatura y el Arte, frente a reclamos de devolución, el gordito se hacía el sota, mintiendo que lo había entregado a una compañera tímida e inteligente. Nunca me atreví a contarle a ella la desaparición del Hauser, que la hacía quedar como mentirosa. Era tan insegura, capaz de dudar de sí misma.
En una Clase
pura diapositiva, observé al gordo Espósito. Se olvidaba de cortarse las uñas y
tenía olor a transpireta concentrada. Entre luces y sombras, el índice retorcía
un agujero de su nariz, hasta parir un moco, al que le colaboraba el pulgar.
Entre ambos quitaban el excedente húmedo y amasaban un volumen de lenteja, que
rotaba, rotaba, como dicen del mundo, sobre su eje y alrededores. Allí estaba
yo, con mi concentración más en el moco, que en los atenienses que la iban de
superdotados. El gordo ladrón, potencial corrupto, pegaba su moco listo en el
apoyabrazos que lindaba con mis piernas. Cuando prendían las luces, vi que sus
mocos eran muchos. Iban en mi dirección, como hormigas congeladas. Ése era mi
lugar y no estaba dispuesta a soportar tanta inmundicia, la Clase siguiente.
Llevé bencina, la expandí a su alrededor, sonriendo a diestra y siniestra,
cuando apagaron las luces, prendí el pucho, que envolvió en fuego al gordo
inescrupuloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario