Me bañaban en un fuentón con agua que juntaba mi Abuela en un barril, cuando llovía. Parecía una ingeniera hidráulica, esparcía el agua en baldes comunes, la colaba con tela y broches. Luego los destapaba y dejaba que el sol del mediodía y parte de la tarde, calentara el agua. Me sumergía en el fuentón y recibía tres jarras para mojar. Me enjabonaba con decisión.
—Ahora viene la
mejor parte, agua para enjuagarte, que vino del cielo. El sol se encargó de
calentarla.
Yo me sentía un
ángel, ella me envolvía en el tohallón más grande de su casa y me secaba en la
antecocina, sobre una mesa de madera alta, me envolvía como un matambre y pedía
que no me moviera, sino me daría frío, había 39 grados y ella siempre pensaba
que tendría frío.
Yo era un modelo
de niña, después se revirtió todo, pero eso es otra historia. A través de una
ventanita, veía la cabeza de mi Abuela, que aparecía y desparecía, llevando los
cacharros a un galpón.
Escuché:
—Clara!...Clarita!
¿Dónde estás?
Una voz gruesa,
de hombre malo. Eran épocas, donde las puertas se dejaban abiertas, para que el
aire corriera. La Tía Clotilde, hermana de mi Abuelo:
—Miren quién
está acá, la preciosa…!
Y yo gritaba:
—Abuela!!
Abuela!!, hay un mostro, tiene una mano que me quiere arrancar mi patita.
—Querida, soy la
Tía Clota…ahí viene Clara.
Mi Abuela llegó,
me levantó en brazos y me dijo al oído que me callara la boca, por favor. Yo no
podía detenerme.
—Es una vieja
bruja, tiene rayas en toda la careta y una lombriz enroscada pintada con sangre
y los ojos son dos agujeros negros…que se vaya, sacala con la escoba…
La Tía Clotilde
quedó muda.
—Bueno preciosa,
ya me voy…ya me voy. Clara, vengo la semana que viene, la nena vuelve a La
Plata.
—Disculpá Clota,
por favor…
—Qué suerte que
la echaste, mirá si me comía o me mordía, es un mostro!, mostro! Me salvaste la
vida, gracias Abuelita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario