Eran tan
acelerados y acompañaban su forma de vivir con el apellido: Flia Rapitón.
Comían rápido, se duchaban rápido, limpiaban rápido y esa rapidez seguía en la
calle con el auto, acelerador a fondo. A las películas les adelantaban
secuencias, para que terminaran rápido. Con los libros procedían igual, leían
tres páginas y se salteaban diez. Había un componente familiar, que lo llamaban
Lenteja, un tipito tranqui, tal vez demasiado, llegaba tarde al Colegio.
Caminaba como una hormiga, el regreso con hambre y todos habían almorzado. En
la cocina sobraban miguitas y un coquito de bagette, que mientras él lo miraba,
el perro ya lo había comido.
Lenteja tenía en
vista, la chica de enfrente. Ella lo miraba, primero con discreción y por
último con desesperación. Lenteja se dio cuenta cuando la descubrió abrazando
al grandote de la esquina. Se sintió muy mal, porque él pensó, durante tanto
tiempo esa relación.
Miraba a la
chica, había un acuerdo tácito, salían en simultáneo y se miraban con interés
desmedido y prudente. Lenteja siguió el juego durante seis meses. Ella terminó
aceptando las caricias furtivas del grandote. Él no pudo soportar aquellas
escenas, cruzó la calle, se trepó al grandote, le tomó la cabeza, le hizo
piquete de ojos y el grandote tiraba piñas al aire, mientras Lenteja le pegaba
con ambos brazos estilo bicicleta. Lo desmayó.
Lenteja y la
chica lo arrastraron a un baldío de árboles bajos y yuyos altos. Hicieron
curetajes rápidos de las heridas y bifes congelados en las piñas hinchadas. Le
llevaron una almohada y una colchoneta.
Por la tarde, la
chica y Lenteja, se tomaron las manos, sin querer, las espaldas sin querer.
Lenteja le rodeó la cintura, sin querer y se besaron, sin querer. Ella abrió
las piernas, sin querer. El grandote quiso abrir los ojos, por los ruiditos de
pastos amasados, pero no pudo y durmió como un guerrero, posterior a la
batalla. Lenteja y la chica quedaron sumidos y consumidos de amor…
¿Para qué
queremos saber del grandote?
¿No?

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