Facundo Culette
se levantaba de mal humor, su vida se reducía a hacer cola para cobrar, para
pagar. De Lunes a Viernes. Hasta el día que su nieta le regaló los nuevos
chicles “Gigant” “Para transformar la furia en dulzura, el judío en católico,
el portero en gerente, su mujer en linda, sus hijos en buenos.” El prospecto
tenía letra de hormiga y cobertura de mutual.
—Abu, —dijo Rosita— podés hacer
globos y todas las figuras geométricas que se te ocurran.
Bajando del micro
Facundo Culette metió el chicle en la boca. Las colas daban vueltas de una
manzana a otra, se encontraban las puntas y el último se creía el primero. A
medida que caminaba al averno de las hormigas, miró el reloj y calculó seis
horas de pie. Esa conclusión lo llevó a masticar el chicle con intensidad,
hasta que salió de su boca e hizo un globo como Rosita, cuando explotó fue
sobre cinco cabezas que trataban de quitarse ese pegote. Sólo lo lograron
aquellos dispuestos a perder los cuatro pelos que les quedaban. El chicle
seguía fluyendo y envolvía las personas encoladas, los transeúntes comunes, los
Azulitos llamaban por sus celulares pero las señales se obturaron con el
chicle. Como fue mago de circo, Facundo Culette aullaba con voz de vieja:
—¡Es un
atentado, es un atentado!
El chicle seguía
su curso enrollando esto y aquello, pelucas, anteojos, semáforos.
Llegó a un
cajero automático, hizo el último tramo de su vida obligada. Su primera
jubilación. Olvidó que el chicle seguía invadiendo, se pegaban billetes que
volaban solos de las cajas.
Al día siguiente
salió en todos los diarios, que en Tandil había nevado.
Estela llamó al
cuarto del Abuelo:
—¿Viste que
salimos en el diario?
—Lo que veo es
cómo les gusta mentir.
—Alegrate
Abuelo, la verdad ya la dijeron otros “…Y en el mismo chicle, todos
manoseaos…”

No hay comentarios:
Publicar un comentario