Papá la dejó y
se fue. Lo bien que hizo, no le guardo rencor, igual pienso en cierta forma de
abandono hacia mi persona. Comprendo, no estaba seguro ni de ser mi padre.
Ella decía que
mejor sola. Los hombres eran más ropa para lavar, menos guita para vivir. Nadie
que le amargara la vida, rejuvenecía. Cuando le estaba por venir puteaba al que
la dejó y a toda la humanidad masculina, lloraba, se tiraba de los pelos.
Conoció un tipo
en la oficina y lo trajo a comer. Me lo presentó con una voz que jamás le había
escuchado, de gatita ronroneante. Yo no pude resistir la carcajada. Me pellizcó
finito y me mandó a darle un beso. Sí, tuve que besar un tipo de mirada torva,
con olor a vino, panzón y alto hasta el techo. Mi vieja enamorada me daba
asquito, al menos me trataba mejor. Es decir me ignoraba, yo podía estudiar o
no, volver a cualquier hora, ir a cualquier parte, fumar y hasta tener mi
primera relación en mi propio dormitorio. Mi vieja y el tipo vivían haciendo
ruido a catre, con la pieza cerrada, tenían esa consideración. Tomaban vino y
bailaban tangos hasta el amanecer. El tiempo les robó aquella magia bizarra y
mi vieja lo empezó a tratar tan mal como hizo con mi padre. La diferencia era
que el morocho le surtía trompadas carentes de piedad. No importaban lugares ni
testigos. La muy tonta se dejaba y hasta parecía gustarle. Yo seguí viviendo
allí porque no se me ocurría otra cosa. Quince años son pocos para cualquier
elección.
Cuando mamá iba
a trabajar, el tipo dormía la mona. Se llenó de ausentes hasta el despido. Hubo
gritos, escenas de pugilato, pero a esa altura tenía los auriculares y la vieja
compu, dos elementos que me rescataban de aquel horror.
La sombra que se
generó en mi pieza la atribuí a una nube de la ventana trasera. Alguien me
levantó de la silla, una mano imposible de eludir tapó mi boca y abrió mis
piernas hasta que las pobres parecieron una cruz esvástica, el cuerpo del tipo
hizo lo que quiso. Mi dolor de huesos quebrados fue tan grande que una fuerza
del mismo tamaño, me hizo levantar la vieja compu y se la partí en el medio de
la nuca.
Por eso le
explico, oficial, para que entienda. Usted nunca lo hará, mi padre decía que la
policía no entiende nunca nada. Pero ¿sabe una cosa? no imaginé que mi madre
fuera capaz de besar esa bestia muerta, mientras yo le cuento esto. Encima me
mira con odio, ahora no necesito nadie que lo diga, lo digo yo, es una perra que
me mira con odio. No hay mucha diferencia, en sus miradas, a cuando yo era una
nena y la perdonaba.
Sin saber, como
ahora, que seré mi propio holocausto por lo que de vida me quede.

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