Volvió sudado, sin aire y con el sol que le atravesaba el cuerpo como una espada. Llegó por fin a la pileta, se tiró en un clavado tan espectacular, que le tomaron fotos, fue filmado y aplaudido. Internet se encargó de globalizar aquella hazaña.
El deporte,
presión de multitudes, le mandó premios de lugares insólitos. Él permanecía en
aquella postura, sabía lo difícil que es sostener la fama más de veinte
minutos, en el mundo.
Lo anotaron en
las Olimpíadas anteriores, para que la historia recordara aquel heroico
clavado. Hubo desfiles, aplausos de millones de personas que frente a semejante
triunfo, se le hicieron amigos para siempre.
Cuando la Madre
vio a su hijo, todavía en el clavado, quedó paralizada. El Padre, que recién se
levantaba de la siesta, muerto de calor, 39°C, decidió que lo mejor sería
tirarse a la pileta, paró en el tercer mate, recordó que estaba vacía.

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