Se hablaban
todos los días, era una estación después, pero se extrañaban, por eso lo del
teléfono, no había celulares. Llevaba diez años de novia y era virgen como la
luna. La Madre escuchaba esas palabras y dos lágrimas, rodaban hasta su boca.
Se cansó del
personaje, la hija le dijo adiós a su novio, mientras un auto la esperaba con
la puerta abierta. Su primera vez fue en ese auto. De las ruedas pasó a las
camas y hombres, de todas las edades, respondían sus deseos. Hablaba con su
Madre todas las mañanas, le contaba que se reponía, del novio ausente, con
salidas inofensivas, su virginidad, era virgen. La Madre recibía al novio
compungido, todas las tardes, lo consolaba con tecitos de bach y demás
pociones. El chico lloraba tanto que un día la Madre lo abrazó, como a un hijo
desvalido.
El novio le
devolvió el abrazo, como un amante impaciente.
Una tarde, la
hija apareció en la casa en el momento exacto del clímax de una relación. La
Madre no vio nada, porque se encontraba boca abajo, el novio reptaba con los
ojos cerrados.
Fue con
silenciador, uno a cada uno en la nuca.
Volvió a su casa
y llamó a su Madre por teléfono, no contestaba. Primero sonrió y no se detuvo,
hasta la carcajada.

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