—Un café es para
la Srta Isabel y el té para la Srta Margarita. Habían sido muy unidas, pero
después tuvieron problemas de herencia. Se reunieron para compartir esta
mansión. Sus aposentos están divididos. Aunque son contiguos.
—La Srta Isabel,
¿quedó para vestir Santos?
—Tuvo un Novio
muchos años, se sentaban durante los almuerzos. Notó que él miraba con avidez a
la Srta Margarita. Cuando estaban solas, discutían en voz baja y la Srta Isabel
salía indignada. Se amaban de lejos con las pestañas. La Srta Margarita no
miraba a nadie, sólo a él. Y contrajeron matrimonio. Margarita era gorda como
un chancho, se necesitaron cuatro personas para que el corsette le entrara. Su
hermana arribó a la Iglesia vestida de princesa, de rojo, con un escote que le
llegaba hasta el culo. En lugar de mirar a la Novia, los invitados se solazaron
viendo aquel escote, su cuello de cisne, la cintura estrecha y unos
inolvidables ojos de almendra. Cuando el Cura preguntó si la tomaba como
Esposa, el Novio dijo: “No”. Corrió desesperado tras Isabel: “Me equivoqué y te
pido perdón”. Se colgó de su vestido e hizo tanta fuerza, que lo descosió hasta
los pies. Quedó desnuda de atrás. Subieron juntos al coche de cuatro caballos.
La Srta Margarita, aceptó ser perdedora, en especial cuando descubrió que aquel
novio miraba por igual a todas las mujeres que lo admiraban y a Isabel no le
daba ni cinco de pelota. Las hermanas decidieron compartir la Mansión. No se
hablaban y se miraban con desconfianza. La Aristocracia, históricamente, se
componía de hijos de puta.

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