Saulo la
encontró en un mercado de pulgas de China. Me la entregó en secreto, era
nuestro Profesor de escenografía y no quería que el resto de sus alumnos se
pusieran celosos.
Era una cartera
de seda negra glisada, tenía bordados dorados que parecían jeroglíficos. Cuando
apagaba la luz brillaban como si tuvieran vida propia. Me asustaban y me
atraían. Dentro de ellos escuchaba voces milenarias que no lograba comprender.
Tenía el olor de todas las flores del mundo. La fui conociendo lentamente.
Tocarla me daba escalofríos y tibieza. Salieron otras voces, decían que no
tuviera miedo.
—La cartera me
habla y tiene voz propia. -Le conté a Saulo-.
—Apoyala en tu
pecho, cuando te acuestes a dormir, vas a sentir su protección.
Sentí sus manos
de seda, los bordados me recorrían todo el cuerpo. Aterrizaron en el cuello y
no me dejaban respirar. Siguieron apretando y mi oxígeno dio por terminada su
función.
Por la mañana
vino la Mujer de la limpieza, deshizo los nudos de la cartera y la llevó a su
casa. Pensó en venderla y le pasó lo mismo que a mí.

No hay comentarios:
Publicar un comentario