Lautaro trataba
de caminar por la calle, las veredas eran tan calientes, las baldosas, las
casas. Sus pies tenían ampollas por eso decidió andar por el asfalto. Hasta que
se dio cuenta que no podía trasladarse. El asfalto lo dejó quieto y le fue
tragando los zapatos.
Las calles
estaban vacías y empezó a pedir auxilio. Se quedó sin vos por decir tantos
auxilios. Así pasó la mañana y la tarde, el asfalto le llegaba a las rodillas,
trató que funcionaran sus piernas. El asfalto cubrió también su cintura. Lautaro
meditaba para ver cómo salía. Cuando le llegó al cuello se resignó, pensando en
su muerte inminente. El asfalto no tuvo piedad y le cubrió la cabeza.
Por la mañana,
pasó la Señora Raquel Piedrabuena, dirigió su mirada a un sombrero panamá,
cruzó el asfalto y le pareció ideal para caminar bajo el sol. Cuando se miró en
el espejito de su cartera, se sintió una Señora muy distinguida y cuando dio el
primer paso, sus tacos estaban enterrados en el asfalto. Poco a poco se enterró
hasta la cintura. El agobio no le permitió pedir socorro. Raquel Piedrabuena
fue devorada por el asfalto, sólo quedó el sombrero.
Luego cruzó un
chico que lo miró y se lo puso. Caminó sereno, al asfalto no le gustaba atrapar
niños de panzas vacías.

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