Ramón trabajaba
en los yerbatales de Misiones. El Dueño de aquel lugar, una noche lo invitó a
cenar.
—Estoy muy
contento por su responsabilidad e inteligencia. Voy a faltar tres meses,
preciso viajar a Buenos Aires. Tengo dos hijas, Flor y Luz, necesito que me las
cuide y no les saque los ojos de encima, son buenas pero también hacen
picardías.
Flor y Luz
tiraron una moneda, cara o seca. Para Luz fue una alegría cuando ganó: cara. La
noche de luna llena, Luz entró al cuarto de Ramón. Él estaba dormido, Luz lo
despertó con besos, caricias y penetraciones varias. Quedó embarazada de una
Niña y cuando nació se llamó Ramona.
Antonio el Dueño,
tuvo un hijo con otra Mujer, se mudó a Chubut. Todos sabían la vida de todos.
Una Señora mayor
le preguntó si era su hija a lo que Antonio contestó:
—Ella es mi hija
y mi Mujer. No hay nada mejor, que todo permanezca en familia. Me siento
completo con esta pareja. Ella está esperando otro hijo y pedía que fuera
varón, para que sucediera lo que debiera suceder.
La gente del
Pueblo no los saludaba. Llamaron a la Policía, pero en esos lugares no había.
No quedaba ni Juez de Paz, ni Abogados, ni Fiscales, ni siquiera un Gobernador.
Se veían tan armónicos, tan felices, que el Pueblo entero decidió legalizar el
incesto.

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