Nico conducía el
camión desde hacía dos días, Feiza no sabía manejar. El sol le daba en la
cabeza y en la nuca. Tenía el brazo ampollado. Mirando el asfalto percibió una
raya gris brillante, como si fuera agua.
—Feiza, me
parece que estamos por llegar.
—No, para nada,
faltan 1500 kilómetros. Lo que ves es un espejismo.
—¿Como en el
desierto, que en el horizonte se asomaba un oasis? Me acuerdo cuando lo
visitamos, te tenía que arrastrar. Me hiciste un gran favor, me mirabas con
odio. Cuando entramos al oasis repleto de palmeras y una laguna transparente
donde nos metimos a nadar.
—Nunca fuimos
una pareja normal, dormimos cuatro días seguidos. No pasaba nada entre
nosotros, tus ojos se deleitaban en ese lugar. Nos metimos en el agua y salía
vapor. Te enojaste, guardaste ese odio para mí. Me obligaste a meter la cabeza
dentro del agua, me apretabas el cuello y cuando yo no daba más, me sacabas
para respirar y me volvías a meter, no entendí lo que pasaba. Pero pude
escapar. Vos no me hablabas.
—Poné música y
prendé el aire, que ahora sí, estamos por llegar.
Nico añoró
llegar a su casa, llenar la bañadera y usar un líquido para hacer espuma.
—Disculpá que
entré yo primero.
Feyza le dijo:
—Quedate
tranquilo, que me meto con vos.
Trajo dos
sopapas grandes, que después escondió en el lavadero y apretando con fuerza lo
hundió bajo la espuma.
—Oficial, se lo
pido por favor, él se suicidó. Me dejó sola. No me tuvo en cuenta, ni me invitó
para suicidarnos juntos. Lo que más quería era mi vida. Él eligió morir.

No hay comentarios:
Publicar un comentario