Le dolía el
brazo izquierdo, lo tenía casi inutilizado. Alcanzaba a tender la ropa o un
libro alto. Aumentaba el dolor, no la dejaba dormir. Le recomendaban hacer una
consulta con un Médico. Odiaba a los Médicos y el olor a Hospital le daba
vértigo.
Una noche, con
un cuchillo, se cortó el brazo que le dolía, desde la clavícula hasta la mano,
sangraba tanto que llamó al Hospital. El resto lo puso en una bolsa
transparente. Fue llevada rápidamente al quirófano. Trabajaron cinco cirujanos.
Uno preguntó dónde estaba el trayecto faltante. El Enfermero llevó la bolsa:
—Qué persona tan
loca, sacarse un pedazo porque le dolía.
Les llevó cinco
horas la operación y ocho meses de recuperación. Le reubicaron la clavícula y
el brazo le quedó más corto que el otro. Cuando le sacaron las vendas se dio
cuenta enseguida. Su brazo no le dolía, pero al lado del otro, era mucho más
corto. No le importó.
A ella no le
importaba nada. Encontró nuevas aplicaciones. Con el corto usaba el celular y
apagaba la lámpara de la mesa de luz. Un chico se acercó:
—Está cool tu
brazo izquierdo. Te invito a vivir conmigo.
Así fue, fugaz,
pero este chico tenía micro cámaras de videos, que les mandaba a sus amigos
para ver desde distintos ángulos, el cuerpo desnudo de “brazo corto”, así la
llamaban, “Brazo Corto”. Cuando ella se enteró de todo, se fue. A “Brazo
Corto”, no le importaba nada.
Empezaron los
problemas con el brazo derecho, sintió una molestia. Comenzó a crecer a pasos
agigantados. Creció hasta la rodilla. Ella se sintió más tranquila. En la
Primavera donde todo crece, el brazo le llegaba a los pies y al finalizar el Verano
lo podía usar de cinturón.
Estuvo en un
evento y vio al Profesor que le tenía inquina. Prendió una boquilla larga.
Mientras el Profesor hablaba pavadas, ella le apagó el pucho en la garganta. Le
placía estar en cualquier lugar y arrastrarse como una serpiente, hasta llegar
a una bragueta de botones, desprenderla con suavidad y saber de qué miembro se
trataba. No sólo hacia degeneradeces. Al brazo derecho lo usaba para secar la
ropa. En los Inviernos más despiadados, el brazo largo enroscaba al brazo
corto. Entre ellos se daban calor.
Una mujer preguntó:
—¿Dónde
consiguió esa estola tan rara, que parece piel humana?
Se abrazaba a sí
misma para disimular. El brazo derecho se cansó del izquierdo. Compró soga de
barco, la arrolló en su propio cuello. Se complicó la situación del anudado del
brazo largo. Faltaba el aire, la respiración se detenía, el corazón no latía.
Pero a “Brazo Corto” no le importó para nada.

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