Los amigos de mi
hijo se batieron en retirada. Emigraron a otros países.
—Nos vamos de
Argentina, no se puede vivir y además no te dejan.
Encontraron un
lugar cerca de Bahía, una Isla solitaria que se llamaba Macuto. Allí fueron a
vivir dos, se mudaron con cuatro más y construyeron un lugar para comer y otro
para tomar.
Empezaron a
llegar turistas y les entraban todos juntos. Ganaban mucho dinero y eso los
alegró. Los turistas construyeron sus casas sobre piedras, todas no acordes con
el paisaje. Llegaron a tapar los morros, hasta impedir que se viera el mar.
Eran casas puro vidrio y cemento.
En el
Restaurante-Tragos, hicieron un cartel colgado de las tejas: “No Se Aceptan
Argentinos”. Descansaban los miércoles. Iban en patota a la playa blanca, el
mar azul transparente, cristal y en el sol de los atardeceres, tomaban Cachaꞔa y
contemplaban el horizonte, mientras muy lentamente, el mar se tragaba los
últimos rayos. Miraban las chicas con sus cuerpos bamboleantes. Dijo uno:
—Me imagino que
sabrán, que viajar con una mujer, significa que te va romper las pelotas. A
cada rato: “Pasame el bronceador en la espalda, más abajo, más arriba, ahora
del otro lado”. Luego de esto se podría seguir, porque tendrá un antojo, que le
compre un fular, después un collar. Todo el tiempo pensando en ese
espermatozoide, producido por un anzuelo, que te engañó para joderte la vida
que te queda.

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