Los primeros
autos que pasan, me despiertan el odio que acumulé durante la noche, mi yo
humano antes se difuminaba, apenas se notaba, ahora se me agarra. Desayuno con
el odio, no me baño porque el odio que me tengo, quiere que ande sucia. Llamo
al ascensor, con un canasto de ropa sucia, la gente que sube y baja, si abren y
estoy yo, prefieren las escaleras. Mi odio los remite a sus propios odios.
No lavo la ropa,
la tiendo para que tome sol, a mí también, a veces me da odio mi propio olor.
Tengo atenuantes, odié a mi Madre, a mi Padre y a mi hermano. Nunca les hablé
del odio que me producían. Estudiaba tanto para no verlos, siempre obtuve las
calificaciones más altas, en casa lo festejaban y a mí sus sonrisas satisfechas
de algo ajeno, me daba odio.
Cuando me indispuse por primera vez, fue tanto
el odio que los paños inundados, atravesaban hasta mis uniformes y yo, como la
mejor, cuando alguien me avisaba, la miraba con odio color sangre.
El chico más
lindo del Colegio se enamoró de mí. El odio que me daba todo, a él le parecía
revolucionario. En el Baile de Graduación, por ser los mejores alumnos, salimos
a bailar al centro del salón. Le di un beso espeluznante en esa boca perfecta,
lo dejé con labio leporino y un diente de menos. Él me siguió queriendo, era
incondicional, es la cosa que más odio.
Después nos
casaríamos y el día de la boda me miró con orgullo, cuando me preguntaron si
quería y todas esas boludeces, dije: “No”. Salí del recinto con odio, los
Padrinos me corrieron, gritando que lo pensara, que él era un buen chico y que
me amaba... A la Madrina le arranqué el vestido y al Padrino le desgarré el
traje. Odio que me hagan dar más odio, con palabras vulgares.
Subí al auto de mi negado novio y partí con un odio expandido, tomé todas las calles de contramano, a unos chicos que jugaban en la calle, me gustó pasarles por encima y dejarlos chatitos en el asfalto.

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