No quiero que se
den cuenta que estoy enferma. Mi Madre no podría entender cómo una chica
saludable y deportista, se podía encontrar tan mal. Los primeros días tuve
fuerzas para disimular.
Me visitaban con
miradas compungidas y hablaban entre ellos de mí, en voz baja para que no los
escuchara. No se dan cuenta que estoy enferma, pero vienen igual. Por las dudas
y por las deudas que tenía mi Madre con ellos. Tanto gasto, se quedaba sin plata
tres días después de cobrar la jubilación.
—Estos días le
está bajando la fiebre, pronto va a poder entrenar y entrar en las finales de
tenis, seremos ricos y les podré devolver.
—La fiebre le
baja, pero tiene ojeras y apenas camina, no tiene fuerzas. Le voy a regalar un
libro que terminé de leer, se llama: “Cómo vivir enfermo” y te da ideas de para
soportar estas contingencias.
—Mamá, no quiero
que venga más nadie y menos la Tía que más odio, con su libro pura verdura. Al
Médico rajalo, lo mío no tiene solución y no me llore que me hace mal, porque a
vos te hace mal. Mirá tele, salí a pasear, tejé un gorro, que me da frío en la
cabeza.
¿La muerte
empezará por la cabeza? ¿y vendrá por el resto después? Soy tan estúpida que
termino pensando que hay un después.
—¡Mamá!, no te
vayas, no me dejes. Durmamos juntas, así me das calorcito.
Por la mañana
estaba fría, no respiraba. Su Madre lloraba, lloraba y no paraba de llorar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario