viernes, 30 de junio de 2023

LA PUNTERITA

 

  ─Mami, quiero jugar al ruby, necesito que me compren una pelota de cuero cosida como la del abuelo. Está en el sótano, yo la vi, la lustré y se notaba que el cuero estaba viejo, se rajó.

   ─Muchachito es un juego muy brusco y si no preguntale a papi. ¿Viste cómo quedó?, tiene un brazo partido para siempre y contusiones que él lleva de recuerdo, con orgullo y silencio. Además no se dice ruby, se dice rugby.

   Ella iba a verlos jugar con ropa canchera pero lo que más le interesaba era el tercer tiempo.

   Ahí fue su desgracia, papi conoció a su futura mujer.

   ─¿Por qué no jugás al basket?

   ─Me pudren, Jorge, Luis, Humberto. Siempre les gano por ser el más alto. Y ellos planean venganzas tontas que prefiero ni hablar. Mis amigos diferentes a los tontos, me están enseñando todas las jugadas de rugby, como decís vos. Laffitte que es el más experimentado, me regaló el equipo de su finado hermano, menos la pelota. Ahora sé que cuando formamos un círculo conviene ocupar la parte baja. Willy pensaba que ese lugar era el más benigno. Como es un deporte de evasión y contactos físicos había peligros implícitos. Al referí no se le daba bola en general.

   Mi primer partido dio miedo éramos quince jugadores por equipo. Duraba ochenta minutos, divididos en dos partes de cuarenta con un descanso de quince minutos.

   Un torpe que no me enteré nunca quién fue se me cayó la máscara y metió su talón en mi nariz. Dejé de jugar en tercer tiempo, me esperaba mi amiga de al lado. Puso una bolsa de hielo y dejó un ojo libre para que la pudiera ver. Tenía una trenza espesa que le llegaba hasta el culo. Resultó postiza y cuando bailamos me quedé con la trenza en la mano. Ella era una regia que nada le daba vergüenza, se la regaló a mi vieja, que estaba presente.

   Se sonrieron por primera vez. Después se odiaron, nunca supe la razón ni me importó. Después de la experiencia con el rugby comencé a odiar los juegos de todo tipo con pelotitas. Pelotas grandes, pelotas medianas, pelotas chicas. Tenía preferencia por jugar a las bolitas. Eso fue juego de niños, de púberes y en mi caso de adolescente.

   En mi último cumpleaños mi madre me regaló una caja que contenía aquella trenza de mi vecina. Con ella me casé, no con mi madre, con mi vecina. En el séptimo año, la comezón clásica produjo nuestro divorcio.

   Me sentí libre y oxigenado, tenía cuarenta años y seguía jugando a las bolitas en soledad.

   Tuve vergüenza de mí mismo, pero llevo a punterita en el bolsillo. Cierta vez llevé mi campera a la tintorería.

   Busqué en todos los bolsillos y no estaba, hasta lloré su pérdida. Cuando fui a buscar la campera, el chino, dueño del negocio, dijo:

   ─Usted, joven, olvidó algo dentro de su bolsillo.

   Era la punterita, casi lo abrazo al chino, pero me contuve…         

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