No puedo
disfrutar la pileta. Para bañarme contraté una mujer con experiencia. Me cubre
el yeso con un nylon negro, usa una esponja vegetal enjabonada y me friega la
queresa que dejó esta situación.
—Ya va a pasar,
ya va a pasar.
Usa palabras de
amor para consolarme, aunque yo no tenga consuelo. Extendí mi contrato para que
se quede todos los días.
—Se lo
agradezco, porque el dinero no me alcanza.
Nos hicimos
amigas inseparables, hasta me tiene que lavar el culo cuando cago. Me humilla
la condena de su trabajo. La compenso mirando Netflix junto a ella. Películas
repetidas que no me hacen gracia alguna. Me explica:
—Aunque sean
repetidas las disfruto, las entiendo. Cuando las vi por primera vez, me costaba
saber de qué trataban.
Los días se
fueron escurriendo como nada. Antes de partir me dio un abrazo. Se emocionó
mientras yo repartía lágrimas por doquier. Le pagué generosamente.
—Si todos fueran
como usted, a esta altura sería rica.
Cuando quedé
sola descubrí que había robado mis ahorros y mi perro. Sus acciones me
molestaron más que el yeso. Era una buena mujer, necesitada. Ella creía en
Dios, yo no. Si existía, por acá no había pasado.
—Ya va a pasar,
ya va a pasar ─decía la mujer─ cualquiera se puede olvidar, pídale que le ayude
aunque no crea. Es un buen tipo y tiene oído.
Ella vive sola.
—Por fin tengo
un perro que me ladre, Soy casi feliz, Señora, y usted sabe bien que la
felicidad no existe y menos, enyesada.

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