jueves, 22 de junio de 2023

SANS HONTE

 

   Fui contratada de acompañante por su sobrino.

   Mi trabajo consistía en contarle cuentos diferentes, todas las noches, antes de dormir. La mujer era adinerada, tenía una mujer para rascarle todo el cuerpo, por su cansancio de movimientos y un tropel de servidores para mantener el lugar y vigilar cualquier movimiento extraño. Ni bien me hicieron pasar, se puso ansiosa por saber de qué cuento se trataba.

   —Los cuentos son sorpresa, si no, no vale la pena leer, mi estilo es poco suntuoso y ecléctico.

   Me pidió que me sentara en una butaca de almohadones almidonados, ella tenía un camisón almidonado y luego de mirar cualquier detalle, tenía almidón. Hasta la que le rascaba, vestía una funda blanca y almidonada.

   —Sé que su nombre es Lola Mora, la escultura preferida de su Señora Madre, según contó su sobrino, le gustaba que la llamaran Lola. Mi nombre es Juana Azurduy, igual prefiero sólo Juana.

   Usaba una cinta negra de terciopelo, con una camelia blanca y el pelo todo junto con dos horquillas, que le daban aspecto de pirámide.

   —Lola, ¿cuántos años tiene usted?

   Se rió con el pecho que subía y bajaba:

   —Los que usted quiera, Juana, la verdad, que ya me olvidé.

   Esta mujer tan distinguida, alejó a todos los hombres, por su voz de mandato imperial y sus pedidos absurdos, como el que contó su sobrino:  "Un día tocó la aldaba  a su casa Monsieur No Sé, un maniquí vivant, con todo el savoir faire mundano. Luego de presentarse, le ofreció qué podría otorgarle, que no fuera un lugar común y Lola le contestó:

   —¿Puede usted quitarse la ropa de la cintura hacia abajo?, no tema, no le haré nada, es sólo para ver qué cosa tienen entre las piernas los hombres, que a las mujeres las vuelven locas y a otras desilusión.

   El francés comenzó de inmediato a quitarse la ropa, con mucho respeto y sigilo. Lola quedó prendada de la camisa que caía de sus hombros, con olor a déjà vu y el exquisito fular, que le rozaba la frente cada vez, intentando mirar lo que no podía con sus lentes, usó el monóculo de cristal, que siempre colgaba del cuello, le pidió al Señor No Sé, sin mostrar ningún rubor, que levantara su camisa y se corriera el fular, y dijo Lola:

   —Qué maravilla esas circunferencias de un color tanto más claro, que esa especie de picaporte que cuelga.

   Cuando Lola lo rozó con un dedo, se levantó como exigiendo algo más. Todos estábamos de espaldas y no queríamos ofender a Monsieur No Sé.

   —Por favor, Juana, alcánceme el alicate, quiero tener un recuerdo.

   Nadie imaginó que Lola cortara tres milímetros del prepucio.

   —Por favor, Juana, alcánceme un frasquito de formol, que tengo en mi mesa redonda. Será un recuerdo hasta mi muerte.

   Monsieur No Sé, quedó pasmado y no pudo bajar aquél picaporte sangrante, que tuve el honor de vendar con gasas blancas almidonadas. Se fue sin saludar a nadie, apenas podía caminar.

   —Mirá, el franchute cobarde por un apenas de menos. Bueno, al menos se fue mi intriga, la diferencia entre un hombre y una mujer, es que ellos tienen un pedacito más. 

   La anécdota corrió por toda la alta sociedad. Ningún hombre, ni el Jardinero, dirigió la palabra a Lola, mucho menos para pedir su mano.”

   —La Señorita se ha quedado dormida, tiene los ojos cerrados.

   —Pero estoy despierta y bien despierta.

   —Le pagaré más que a mi sobrino, su cuento fue una obra de culto, por favor, venga mañana, si le es posible más temprano. Traiga otro de sus cuentos, plenos de malas palabras, le será fácil, lo que más tiene este mundo, además de las guerras y hambrunas, son las malas palabras.

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