Lo trajo su
Papá, cara de bueno, los saludos pertinentes y después él, con la misma cara de
ángel, alto, casi como yo, su Abuela biológica. Hace tres años que nos
conocemos, cumple quince el 9 de enero. Nos presentaron y vi la imagen de mi
Padre, de mi Hijo, de mi Marido. Fue un viaje de rostros mezclados, hasta que
aterricé en Ángel, parecido a sí mismo y un nombre levitado.
Dejó caer su
mochila con diez remeras que no usará, tres vaqueros que tampoco y zapatillas
para recorrer el mundo en tres días. Escuchar su voz grave, suave y mansa.
Siempre dolió no
conocer su primera infancia, pero lo diluye su lenguaje adulto e ingenuo. Le
conté que su Padre biológico, llegaba a la una, se le rompió el auto, vino en
micro lechero, de ruedas gastadas y ruta con pozos, de pronto sale su voz: —Sí,
no te preocupes si llega tarde, él ya me avisó lo del auto, lo del micro.
Recién caí que
ellos se comunican gracias a la tecnología y Ángel sabe más de mi hijo en tres
años, que yo en treinta y cuatro.
Su Padre llegó
con dos horas de retardo y él continuó su relación en el celular, hasta que se
puso de pie, sin que nadie hubiera escuchado nada, abrió la puerta y juntaron
pie con pie, saludo yanqui y abrazo. Pasé a ser una espectadora de ese
encuentro, que se prolongaba entre ellos. A veces necesito escuchar murmullos,
risas y relatos, que me son vedados. Había que ponerse al día, faltaron tantos
años.
Me emociona
cuando los veo cruzar la plaza, casi de mi misma altura, con las manos en los
bolsillos, los pies hacia afuera y de vez en cuando palmadas en la espalda.
Exactos y haciendo planes para viajar a…ahí se cortó la señal y me quedé sin
saber. Estaban juntos, los detalles no importan.

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