viernes, 23 de noviembre de 2018

UNA INFANCIA PARTICULAR



   Esta silla era de mi Abuela, esa cama, los libros, el lugar de escribir, la salita de leer. En la biblioteca hasta el techo, los libros más altos tienen mordeduras de ratas y agujeros de polillas. Esos no los leo, me parece que si agarro alguno, tendrá voz y me dirá: —Estoy muerto, el aire me come y luego seguirá por tus dedos.
   Yo le hago caso. Mi Viejo tiene libros nuevos, están en una biblioteca de vidrios transparentes que cierra con llave. —Papá, ¿me dejás leer el de lomo rojo?
   Él, se acerca y lo ve. —No es para tu edad, tenés que esperar.
   Para escribir tenía el recurso de hacer la tarea. Me gustaban los cuentos, les plagiaba pedazos a los que contaba mi Abuela, pero les hacía agregados como: “Caperucita, sos una puta, por eso salís sola al bosque y encontrás al Lobo Feroz y él te besa…”
   Nunca supe qué venía después del beso. Luego fui enriqueciendo mi vocabulario: "La Maestra es una vieja boluda, hace pis en la silla para vigilarnos todo el tiempo. Es peor que un sorete duro, mi Maestra".
   Luego aprendí: “mierda, carajo, pelotuda”. Nunca eran palabras todas juntas, las intercalaba en cuentos que empezaban mal y terminaban en:
 —Fueron infelices y se comieron entre ellos.
   A veces miraba el espacio, porque de tanto escribir, me dolían los ojos. Buscaba algún colibrí, la joya de los pájaros, si lo encontraba le preguntaba a nadie, cómo hacían para permanecer libando una flor en el aire, inmóviles, con alas batientes. Volvía a mi escritorio más renovada y llenaba páginas con cuentos pornográficos, donde aparecieron nuevas palabras: “culo, teta, pito, y la más: coger”. Esa palabra me encantaba.
   Tenía que ocurrir, Mami que siempre estaba al pedo, leyó todos mis cuadernos. Cuando volví de la Escuela, no saludaron y me llevaron a un Psicólogo, que me preguntó a quién quería más de toda mi familia, le dije la verdad, no me gusta mentir, menos a ese tipo que fumaba en pipa y largaba ese olor inmundo, le dije: —De toda mi familia no quiero a nadie, mis únicos queridos son los colibríes y las malas palabras, que para mí no son malas, son recontra entretenidas.  Bueno, Señor Psicólogo, me voy porque el olor de su pipa me da ganas de vomitar.
   El tipo hizo pasar a Ma y Pa. Yo me fui a la mierda, total quedaba a cuatro cuadras de casa, necesitaba el olor de los tilos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario