domingo, 4 de noviembre de 2018

MELLIS



   Saúl vivía de eso, alguna trama hizo de su infancia, un imaginario enfermizo. Buscaba mujeres jóvenes en las líneas de transporte.
Mi tía Alex, melliza de mi madre, escuchó pasos lentos que bajaron tras ella. Ella se apresuraba, los pasos también, ella caminaba despacio, los pasos se detenían. Alex vivía a seis cuadras de donde la dejaba el transporte. Salía tarde de su trabajo, compartía el departamento con su melliza. De pronto tuvo miedo y caminó casi corriendo. Los pasos que la seguían se pusieron a la par.
—¿Sabés que te conozco?, vos trabajás frente a la Municipalidad.
   Alex se sorprendió por aquel abordaje descarado.
   —¿Y usted a qué se dedica?
   Ya estaban a las puertas del edificio. —Yo robo a mujeres jóvenes y rubias, vos reunís mis dos condiciones.
   Le puso el brazo bajo el mentón, ella quedó imposibilitada de gritar. Le arrancó dos cadenitas y un reloj de oro. Mi Madre escuchó el portero eléctrico, porque era la hora que llegaba su hermana. Dicen que los mellizos, se comunican sin mediar nada. Mamá bajó con el atizador de la salamandra. Abrió la puerta y le pegó dos fierrazos al tipo. Quedó tendido en la vereda con las cadenas y el reloj apretados en una mano. Ellas juntaron lo robado y se metieron en el edificio.
   A medianoche, se asomaron y un auto policial se lo llevaba, estaba vivo. A Mami nunca le gustó que faltaran cosas de la casa, bajó a buscar el atizador y lo desinfectó antes de colgarlo.
   —No hablemos del tema porque me da náuseas.
   Estuvieron de acuerdo.

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