Saúl vivía de
eso, alguna trama hizo de su infancia, un imaginario enfermizo. Buscaba mujeres
jóvenes en las líneas de transporte.
Mi tía Alex, melliza de mi madre, escuchó pasos lentos
que bajaron tras ella. Ella se apresuraba, los pasos también, ella caminaba
despacio, los pasos se detenían. Alex vivía a seis cuadras de donde la dejaba
el transporte. Salía tarde de su trabajo, compartía el departamento con su
melliza. De pronto tuvo miedo y caminó casi corriendo. Los pasos que la seguían
se pusieron a la par.
—¿Sabés que te conozco?, vos trabajás frente a la
Municipalidad.
Alex se sorprendió por aquel abordaje
descarado.
—¿Y usted a qué
se dedica?
Ya estaban a las
puertas del edificio. —Yo robo a mujeres jóvenes y rubias, vos reunís mis dos
condiciones.
Le puso el brazo
bajo el mentón, ella quedó imposibilitada de gritar. Le arrancó dos cadenitas y
un reloj de oro. Mi Madre escuchó el portero eléctrico, porque era la hora que
llegaba su hermana. Dicen que los mellizos, se comunican sin mediar nada. Mamá bajó
con el atizador de la salamandra. Abrió la puerta y le pegó dos fierrazos al
tipo. Quedó tendido en la vereda con las cadenas y el reloj apretados en una
mano. Ellas juntaron lo robado y se metieron en el edificio.
A medianoche, se
asomaron y un auto policial se lo llevaba, estaba vivo. A Mami nunca le gustó
que faltaran cosas de la casa, bajó a buscar el atizador y lo desinfectó antes
de colgarlo.
—No hablemos del
tema porque me da náuseas.
Estuvieron de
acuerdo.

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