Tenía amigos por
internet, hablaban problemas de familia, de gastronomía, cómo preparar un soufflé
sin que se desinfle. A ella no le alcanzaba el día, treinta y dos amigas y
veintiún amigos. Ya no se visitaban, resultaba más cómodo para todos. Tenían encuentros
por pantalla y ella les mostraba el desorden de sus habitaciones o cómo iba el
grano de la punta de la nariz. Tres o cuatro amigos le contaron que eran gay,
preocupados y ella se reía para achicar lo dramático de la situación que ellos
sentían.
Era extraño
encontrar alguna amiga por la calle, apenas se daban un beso y chau, si ya
habían hablado por computeadora. Poco a poco, ella se dio cuenta que este tipo
de comunicación se había expandido. Empezó a mirar paisajes por pantalla. Vacacionaba
por internet.
Un día se sintió
agobiada, atendió tres llamados y pasó a la asfixia. Subió al auto dos compus,
tres celulares y todos los objetos tecnológicos que invadían y limitaban su
vida, los arrojó en un basural. Nació de nuevo, caminaba despacio, tardó mucho enderezando
su columna, tener color en el cuerpo blanco sábana. Conoció las Cataratas y
admiró la Quebrada de Humauaca. Le daban pena, los jóvenes que viajaban en
grupo y en lugar de la charla colectiva, era individual, tipeando celulares o
tomando fotos innecesarias…

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