miércoles, 21 de noviembre de 2018

SEDA DE GUSANO NEGRO



   Fue para un examen de rutina, un Médico le dio un diagnóstico poco promisorio. Ella vivía sola con un gatito que no crecía. Cuando tendía la mesa había dos sillas, en las cabeceras se sentaban, Rita de un lado y cruzando la mesa, sobre primorosos almohadones, el gato. Ponía las patitas delanteras sobre el mantel y recibía sendas porciones de su alimento en un plato de Perugia, él se llamaba Tin Tín y como Rita no tenía amigos ni parientes, le contó a su único interlocutor, que iban a operarla. Tin Tín apoyó la cabeza sobre el mantel y lloraba sin ruido.
   —No me hace bien que llores, por favor vení a mi falda y te hago mimos. ¿Querés?
   El gato cruzó la mesa y le contestó: —Miau.-Que en el idioma felino, quiere decir: “Sí”-.
   Le operaron una piedra maligna, ninguna medicación funcionó, le hicieron una quimio. Ella aceptó por dos razones, miedo a la muerte y dejar solo a Tin Tín.
   Le dijeron que hiciera vida normal. —¿A qué le llamarán vida normal, éstos?
   No tenía fuerzas, se mudó al piso de abajo. Dormía sin medicación, largo y profundo, sueños gratos, episodios de los cuentos de su Abuela, amigos que la pretendieron y ella no.
   Una mañana, un rayo de sol dio sobre su almohada. Tuvo un sobresalto, cantidades de pelo inundaban la superficie. Decidió tomar una ducha, cuando se peinaba en el enjuague, le quedaban manojos de pelo en sus manos. Rita estaba advertida que esto podía suceder. Cuando la calvicie fue total, se negó a sí misma la mirada de los otros. Encontró un baúl donde guardaba ropa y joyas de valor, con olor a lavanda y un retrato de su Madre y ella con ropa cara y chic.
   Retuvo en sus manos un chal blanco, prendido con un diamante, cubrió su cabeza calva. Se miró en el espejo y admiró sus rasgos perfectos, tomó del baúl un vestido de seda de gusano negro. Tapó sus ojeras con un maquillaje leve, igual que sus mejillas en rosado. Llevó a Tin Tín escondido en un bolso pequeño.
Fue caminando al mejor lugar de copas, Moulin Rouge, las personas quedaron con sorpresa de estatua, cuando vieron la llegada de Rita con un savoir faire implotante. Tomó asiento en una banqueta alta, junto a la barra. Pidió al barman un cóctel que le hiciera viajar a las estrellas.
   A la tercera copa, comenzó a bailar sola. Un Señor muy distinguido, alto y buen mozo, la tomó de la cintura y hacía volar los pliegues de su vestido. Tin Tín vio a su dueña desde la bolsa pequeña, olvidada en la barra. Saltó hasta el chal blanco y clavando sus uñitas quedó hecho andrajos. Apareció la cabeza calva de Rita. Ella, con desesperación desesperada, clavó el diamante en su cabeza, parecía el origen de un arroyo de sangre. Su compañero de baile la llevó a un Sanatorio, retenía su mano en las suyas. Rita murió con una sonrisa, mientras el gentleman, quitó de su cabeza el diamante y lo guardó en el bolsillo. Tin Tín bebía sangre del piso, como si fuera leche tibia.

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