La atmósfera caía sobre todos, la gente
estaba con una depresión permanente. Nadie se reía, los virus se multiplicaban.
En un día, en un solo día, millones de
vehículos colapsaron calles y rutas. Circulaban en redondo, las manos y contramanos
borraron sus flechas indicadoras. Los semáforos se hundieron misteriosamente.
El silencio inundaba todo a pesar de los despropósitos
que ocurrían en la tierra. Coco, que disfrutaba su soledad escuchó.
─Largá la compu y el celular. ¡El mundo está
terminando!
Dijo Diego:
─Vos sabés que tenés razón, recién miro por
la ventana y es como vos decís. Los edificios se derrumban sobre sí mismo.
Caños de agua, comida, olvidate. La mampostería arde en llamas…
Coco le cortó y silenció el celular.
─Si después de todos los celulares también
van a desaparecer. Será horrible, la misma gente los va a incendiar, con el
asco que me da el olor a plástico quemado. Este es mi último llamado ─dijo
Diego.
─¿Vos tenés pensado algo?
─Yo la tengo clara, voy a cruzar a lo de tu
novia que vive frente a mi departamento. Por suerte está afuera. La agarro de
prepo y le propongo, no, mentira, le dije: “¡Vamos a coger que se termina el
mundo!”
Estoy seguro que Dios apretó el botón.

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