—Tengo que
aprovechar cuando se baña, me meto en el placard para hablar con mis amigos o
amigas. Te corto, ya terminó sus abluciones y ahora viene para decirme que lo
dejé sin agua caliente. Que agradezca que todavía no lo dejé. Después te llamo.
Porque me va a preguntar cualquier verdura, un beso, chau.
Me pregunta:
—¿Y si comemos
una pizza?
Todas las noches
comemos pizza y no me permite usar ni plato ni cubiertos.
—Después tengo
que lavar la cocina, en cambio así, comemos sobre el cartón y nos quedamos
tranquilos.
Equivale a mirar
películas y después hasta mañana. Yo dormí en el sillón de abajo, ella en el
dormitorio de arriba. Era una muralla construida por los dos. Ninguno de los
dos soportaba nuestros propios ronquidos. Cuando la conocí parecía una mujer
tímida, obediente, considerada. Llegamos al ahora, donde me vuelve loco con sus
brujerías. Cortó un mechón de mi pelo mientras estaba dormido, lo ató con una
cinta negra y luego lo puso bajo mi retrato.
Tenía ganas de
divorciarme, pero no sabía cómo hacer, ni cuándo decirle, ni cómo. Me encontré
con su hermana, donde habíamos convenido, le conté todo con pelos y señales.
—Ponela en su
lugar, tratá que no te joda, amenazala, ignorala y después venís a mi casa. Lo
importante es que no pase nada entre nosotros, aunque…si pasa, pasó.
Se refería al
primer día que hicimos el amor, nos fue tan bien que nos dio miedo. No sé cómo
mi mujer se enteró, me pone hormigas en la cama, nunca más se lavó los dientes.
Y estoy seguro
que me odia como solo las mujeres saben odiar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario