jueves, 19 de octubre de 2023

LOMBRICES

 

   Pasaba la lengua a todo lo que fuera metal oxidado, desde chico. Así como hay personas que les gusta pasar la lengua a la pared, o comer tiza. Cuando conoció el sacapuntas, le sacaba punta a la lengua, se lastimaba, le salía sangre. Para Darío la sangre era como tomar coca cola. Trabajaba en el Hospital y robaba sachets de sangre, grupo 0 Negativo, era su preferido. A Drácula le pasaba, por aquello de chupar con mordisco, los cuellos de las mujeres, igual que los Gobiernos a la gente.

   La punta de la lengua de Darío, terminaba en lombriz. A veces la usaba como chicle y así fue como se le fue consumiendo. Le llevó tiempo encontrar una pinzas de su invención, para estirar la lengua sana. Con su primera Novia no tuvo problemas, porque le daba placer a ella, esa lengua finita que le mojaba la oreja. Cuando Darío perdió su punta de lombriz, su Novia lo dejó. Para detener aquel desprecio que le rompió el corazón, frecuentó burdeles, donde aprendió el arte de mover la lengua.

   Puso un negocio: “Se hacen Masajes de Lengua” (Para quitar el stress y poder hacer ciertas tus fantasías.)

   Su primer cliente, Dulcinea Del Esposo, lo dejó agotado. Era limpita, fue una suerte. Pasó su lengua por todo el cuerpo de Dulcinea y la Señora pidió servicios especiales. Su siguiente cliente, Melindre Sobarzo, le dio menos trabajo, era una mujer bien atendida, hizo pedidos exóticos, aprendidos en Oriente. Eran tan profesionales sus juegos, a Darío le resultaba cara conocida, recordó que esa mujer era del burdel donde él se hizo atender, hasta poner su propio negocio.

    El Contador le informó que tenía ciento cincuenta clientes fijas. Tomó unas vacaciones con su Esposa nueva. La lengua no le funcionaba, una vez la mujer se la hundió hasta las amígdalas, usó su dedo acusador para impedir que se ahogara. Ella lo invitó para que usara el otro elemento, que poseen todos los hombres. Darío tuvo temor, que le pasara lo mismo que a su lengua. La hizo feliz tres días, pero después se cansó.

   Viajó en un transatlántico, había más acompañantes, que personal responsable de la navegación. Se cambiaron los roles, ahora Darío era el que pedía que lo sobaran. Él no hacía nada, permanecía en una mullida camilla. Eran todas muy jóvenes y tenían delicadezas que atropellaban sus sentidos.

   Retornó a su Consultorio, tomó masajistas rudos, musculosos y jóvenes. En tres meses, con muñecas inflables, les mostró cómo proceder. Dos de los rudos le pincharon tres muñecas. Él se las hizo pagar, trabajando gratis una semana. Darío abdicó del sexo, andaba con traje y corbata, frecuentaba boliches prestigiosos, donde todos lo conocían. Tomaba whisky y era muy bien tratado por sus propinas generosas.

    Un día, sentado en la barra, se presentó una Señorita, que le besó el cuello. Se indignó y le pegó una trompada que le partió la nariz. Grande fue su sorpresa, la Señorita era su propia hija.

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