Roncaba como un
elefante, interrumpía mi placer de dormir. Tarde me di cuenta cuando dejó de
roncar. Su propia partenaire se metió en la cocina.
—Tu marido es un
dulce, me ayuda en todo, no sólo remodeló mi casa, hizo un estudio previo de
mis costumbres y vicios, no pienses mal, mis vicios como fumar, por ejemplo.
Me cayó la
ficha, tenía una amante y era Pilar, por eso dejó de roncar. Llegaba tarde, no
comía, como los enamorados y los viejos tarados engatusados, para que la mina
obtuviera un ascenso laboral. Pilar, mi mejor amiga. Mejor, ¡Ja! Él dejó de
roncar y extrañé sus ronquidos, extrañé que no viniera temprano, extrañé que no
comiera mi comida. Extrañé que nunca intentara hacer el amor. Un día me puse
cachonda, él, entre sueños, cantó la letra de: “es demasiado tarde para amar…”
Fueron años de: “Tengo jaqueca” “Mañana me levanto temprano”, “Los chicos van a
escuchar”. Mentiras que cobran verdad o cubren. No sé si lo quiero o sólo me
molesta que fuera Pilar, hecha para seducir, sin que nadie lo advirtiera.
Zorra.
Ella se hacía la
que tranquilizaba mi malestar amoroso.
—Hacete
depilación definitiva, cirugías no agresivas, lipoaspirate, comprá tetas.
Y… le hice caso.
Pasé el proceso de curación en una isla llena de viejas que pagaban hombres jóvenes,
hacían de acompañantes terapéuticos, con tarifa.
Qué patéticas
somos las mujeres solas o abandonadas. Un día llamó para saber el día de mi
retorno.
—Cualquier día ─se
quedó cortado, yo le corté antes.
No me dieron un
espejo hasta que las vendas me dejaron y un maquillaje tenue, veinte años
menos. Se enteró, estaba en el aeropuerto, logré escabullirme. Subí al primer
taxi y escuché:
—Ud dirá, joven.
Me he tenido que
bancar “Señorita”, “Señora”, una vez “Abuela”, este último ligó una grosería.
Abuela ¿Cómo me va a decir Abuela, soy Abuela, pero nadie me lo tiene que
restregar, cerdo.
Este tachero me
pareció angelado. Fui directo a lo de mi hija, quise darle una sorpresa.
Atendió mi nieto:
—¿Sos vos, Abu?
Cuando le iba a
dar un beso, trepó las escaleras gritando:
—¡Mamá, mamá!
Vení pronto, la Abuela parece una bruja, la voz es lo único que no le
deformaron…
Sentí que
colapsaba, hasta que apareció mi hija. Cuando me vio, retrocedió hasta la pared,
apoyó una mano y con el otro brazo se tapó la cara.
—Mami, andate,
quiero digerir este disgusto ¿Cómo pudiste?
Me pareció
inmerecido.
—Lo hice para
recuperar a tu Padre, que me engaña con mi mejor o peor amiga.
Me hizo callar y
bajó tres tonos, por el niño.
—Mamá, Papá sale
con otras mujeres desde que yo tengo uso de razón y no te pienses joven por la
terribilidad de tus cambios. ¿Sabés lo que le vas a parecer?, una vieja
operada.
Salí dando
cuatro portazos y ocurrió un milagro, el taxi estaba en la puerta, con el motor
apagado, el conductor fumando una pipa, miraba la luna. Pregunté si podía
llevarme, me abrió la puerta y ya adentro:
—Ud dirá joven.
Me operé la
vergüenza y le dije:
—Te invito a
tomar una copa, donde quieras.
Voy por mi
segunda margarita, en una terraza de boliche. Justo vuelve del toilette.
—¿Ya vamos por
la segunda?, me encantan las mujeres libres.
Le susurré:
—Me encantan los
taxis libres…

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