Hasta hace poco
tiempo yo sólo escribía para tirar o perder. Tenía una casita en el fondo, en
un tiempo fue silenciosa, hasta que pusieron las vías del tren, que le pasaba
por al lado. Temblaba el piso, el techo y las paredes también. Pero, entre mi
casa, con esa mujer vanidosa prendida frente al espejo o la televisión,
exigiendo más que pidiendo, que le comprara un vestido haciendo juego con los
zapatos, también un tapadito con piel, una bikini dorada y una vajilla nueva,
para agasajar personas frívolas, sin corazón ni destino que no fuera el dinero.
Me fui alejando
de a poco. Cruzando el jardín estaba ella, en un tiempo se guardaban cosas en
desuso, ropa apolillada, sillas sin una pata, libros antiguos llenos de tierra,
hasta que un día decidí tirar todo lo inservible, menos los libros que limpié
hoja por hoja.
Con tres
tablones resolví una biblioteca interesante. Reparé un escritorio y una silla
calesita, que ni sé a quién perteneció. Pasaba el día leyendo libros viejos de
mi Abuelo y los comprados por mí, desde lo quince hasta ahora. Sentí el impulso
de comenzar a escribir, ya no era para tirar o perder. Ahora me daban ganas de
volcar en el papel, historias inventadas de la familia que no tuve, más los
padres que no conocí.
De lugares del
mundo que despertaban en mí pasiones desconocidas, los personajes se enamoraban
y solían ser malvados y perversos. Las mujeres de la calle, las transformaba en
mariposas puras y nobles. Personas que me hablaban despacito hasta olvidar el
sonido del paso del tren, que tiraba para abajo cualquier caricia sutil, en
discusiones gritadas y otro tipo de agresiones. Tenía mis historias ordenadas
en carpetas, por fechas y temáticas.
—Por favor,
Nico, hoy viene gente importante. Quiero que estés a comer, bien atildado y
todas esas pavadas que vos decís que yo exijo. Hay un Editor importante, yo le
hablé de vos y tus ausencias de escritor.
Le hice caso, lo
conocí al importante, me pareció un tipo que hablaba de memoria. Había
sustraído dos carpetas de mi escritorio. Mi mujer seguro le señaló, a lo mejor
era su amante. No me importó ni me importa.
A la semana me
llamó el Editor, para mi conocimiento de publicar las dos carpetas. Le pregunté:
—Sin ninguna
corrección y si va bien, dos ediciones?
El tipo contestó
titubeando y dijo:
—Desde luego,
Nico, no hace falta nada, vení por aquí y firmás los papeles. Charlamos un poco
del libro y tomamos un champancito, para festejar.
Era más idiota
que mi mujer, eso es un montón.
Armé la mochila
con cuadernos en blanco y las puras biromes, uniball signo 07. Presiento el
sonido, preferiría no tener que comenzar mi viaje aquí, en los baldíos que
rodean la Estación.

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