Las piezas daban a una
angosta galería. En la planta baja, un jardín descuidado. Mi pieza con una sola
ventana. Había un baño común donde se hacía fila para su uso.
La Srta salió de una pieza oscura, esperando
su turno, llevaba con timidez, shampoo, jabón y tohalla. Le cedí mi lugar,
agradeció con voz en fuga. Miré cuando se le deslizó el jabón, por su pelo se
despidió del shampoo, el vidrio era traslúcido. Entré yo con premura, casi ni
me seco, me vestí y salí a esperar en la esquina. Enfrente ella subió a un auto
deportivo, vestía un tahier negro de pollera recta y una camisa blanca nívea.
Era una mujer para esperar, valía la pena. Regresó 21.30. Le cerré el paso como
sin querer y la invité a tomar unas copas. No era de hacerse rogar, en diez
minutos, se cambió por un vestido rojo contundente. Dijo:
—Ahora viene mi trabajo nocturno, canto, le
va a gustar.
Había dos policías abajo, nos mostraron las
credenciales.
—¿Es usted la Srta Glenda Rosales?
Ella, con voz de ángel:
—Sí, soy yo.
Los policías, con voces oficiales:
—Tenemos datos fehacientes que Crisanto Del
Tuerto era su novio, fue encontrado a las 20 horas, con un disparo reciente en
la nuca.
A ella se le empañaron los ojos.
—Es el protocolo, Srta Glenda Rosales, debe
decir dónde se encontraba usted en el momento del crimen.
La tomé de los hombros y respondí por ella.
—La Srta Glenda, se hallaba conmigo, desde
las 18 horas.
Después vino lo que uno aprendió en el cine,
las “disculpas”, “si sabe algo más” y el “comuníquese”.

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