jueves, 18 de noviembre de 2021

ODIANDO

 

   La casa estaba vacía. Vino el camión de mudanzas y se llevó todo. Él fue a buscar las llaves, pensaba cambiarla. Años sin hablar con su Madre, él quedó como único heredero y la vendió. Un chico que ayudó en la mudanza le contó:

   ─Mire que queda una chica en el fondo, me dijo que era huérfana y limpiaba la casa de la Señora finada, de que era niña. Le agradezco la propina.

   Decidió llevarse la chica con él. Ni bien llegaron al nuevo lugar se puso a limpiar.

   ─Un momento, no quiero que seas mi Sirvienta. Siempre estoy solo, necesito una amiga como vos.

   ─A mí tampoco me gusta estar sola, podemos ser amigos. Lo único que te pido es encargarme de la cocina.

   ─Si te gusta cocinar, estoy de acuerdo, llegar del trabajo y que esté la mesa puesta es como un sueño. Te dejo dos tarjetas para que compres lo que quieras, elementos para cocinar, un vestido prudente pero sensual. Dejate el pelo largo y si querés seguí comprando, no te prives.

   En un momento dado él cambió la personalidad:

   ─Hacé lo que te digo, sino la vas a ligar.

   Le golpeó la cabeza contra una puerta de hierro.

   ─Te sale sangre, mugrienta, andá a bañarte, ponete hielo, cuando vuelva quiero que esté todo como lo pedí.

   La chica era sumisa y le dio miedo lo sucedido. Compró un pavo grande, lo rellenó con alcaparras, cebollines, repollitos de Bruselas, caracoles de jardín, licuados con moscas, mosquitos y cucarachas. Lo emplató y lo llenó de hongos venenosos.

   Él llegó y encontró la mesa tendida con dos platos engrasados  cubiertos rebozados con arena y ella sentada en la cabecera, en pelotas. Él se acercó con mirada cálida y obscena.

   ─En la cabecera me siento yo, vos sentate bien lejos, así puedo ver cómo caminás. Ese pavo tiene una pinta, comeré mucho más que la mitad. ¿Por qué no te sacás el mechón que te tapa media parte de la cara?

   ─Todavía no llegaste a ver lo que tiene el pavo como cabecita, pensá que me costó un ojo de la cara.

   Él masticó la cabecita y le encontró un gusto exquisito.

   ─A ver, vení para acá, sentate en mi falda.

   Cuando le retiró el mechón de la cara, descubrió que tenía un ojo de menos. Casi se muere. Ella le decía:

   ─Te dije que el pavo me costó un ojo de la cara. ¿Por qué estás tan pálido? Y esos estertores desagradables. Ah! Ya me doy cuenta, te estás por morir. Lo mismo que hice con tu Madre, una vieja psicópata que me pegaba con una fusta, todos los días. Menos los Domingos que iba a misa. El último día la ahorqué con la misma fusta que ella usaba para mí y la colgué de un árbol hasta que murió. Los pájaros la comieron hasta los huesos. No hubo sepelio, obviamente.  

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