Como el Tío Pancho dormía y dormía, partí a
Londres.
Me ponía cerca de familias para caminar y
nadie se diera cuenta que estaba solito. Quería andar por los Jardines de
Bosquingam. Había unas rejas, pudí pasar entre dos. No era tan lindo como pensé,
pero me di cuenta que me gustan los yuyos altos, las flores al tun tun y me
senté en un banco donde alguna vez fue ocupado por el bagullo de la Reina Isabel.
Apareció una chica grande, vestida jiponga, tenía unos ojos y una sonrisa que
supuró mi asombro.
─Me llamo Meghan, estoy casada con el
Príncipe Harry, Duque de Sussex.
─Yo me di cuenta que el tal Harry debe tener
muy buen sexo con usté, eso no lo digo yo, lo dice mi Mamá de las chicas
contentas como usté.
─Es lo de menos, ¿sabés lo que me hizo
sufrir la Reina Isabel de porondanga? Llenó un tonel con lavandina concentrada
y por un mes me dejó adentro. Para que pudiera respirar tenía dos mangueritas
que conectaban el oxígeno de afuera con mis pulmones. La muy sátrapa me quería
blanquita y como soy medio mestiza, logró lo que quería. No puedo tomar una
gota de sol, porque se desprendería la piel de todo mi cuerpo. Tengo la suerte de
vivir aquí, en Inglaterra, donde siempre está nublado y llovizna todo el
tiempo.
─¿Y cuando salís todas esas partes del mundo,
cómo hacés?
─Harry es divino, para cuando vamos a Cancún
o a Ibiza o las Seychelles, me mandó a hacer un traje de neoprene de los pies a
la cabeza, es un neoprene tan fino, que parece seda.
─¿Y con los ojos cómo hacés?
─Unos anteojos negros que desde adentro se
ve transparente. Ahora contame de vos. Sos un niño, muy lindo y tus ojos son de
bueno.
─Ahora me contrataron para hacer un
Disionario con mi lenguaje. Se venderá en todo el mundo. El primer ejemplar
será para vos, y te lo voy a dedicar así: “Para mi querida y bien cojida Meghan.” Te aclaro que cojida no
es mala palabra, yo no probé todavía, pero me dan unas ganas…

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