La miraba mientras dormía, una composición
de una virgen del Renacimiento.
Uno de los ángeles de Miguel Ángel.
Despertó y restregó sus ojos, que le
pincharon por las pestañas sueltas y las lagañas. Se forman igual, aunque uno
fuera celestial.
Quiso dar vuelta, la luz directa le cegaba y
tenía más sueño. No pudo, tenía una mano dormida y la otra estaba en eso.
Sintió las piernas alargadas, quiso flexionar las rodillas, resultó imposible.
La bronca ensoñada lo vio, era una sombra
negra rodeada por rayos de sol. Le traía té y le extendía la cucharita para
darle.
Se despertó. Tenía piernas y brazos atados
con hilo .Él levantó la cama por el respaldo, puso diccionarios en las patas y
con un cepillo antiguo, la peinó de ángel y la coronó con flores y estrellas de
papel crepe.
Ella sonreía de asombro y pensaba que vivía
un sueño.
Le cayó encima la sombra, la taza, la
cucharita, el té. Nada hizo ruido. La violó con la certeza, de que los ángeles
estaban para amarlos, por las dudas la había atado. Hay ángeles rebeldes.
Ella, que se llamaba Rosa, lo miró de lejos.
Las compañeras, que presenciaron todo, se reían, otras lloraban, otras lo
esperaban al amanecer siguiente, con el hilo sisal en la mano.
Salió caminando rápido, erguido en su guardapolvo
blanco, impoluto. Alguien le dijo:
—Buenos días Doctor.
Él contestó:
— Buenos días.

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