No sé si voy a seguir yendo a la Escuela,
ahora que mi amigo de al lado me regaló ropa más grande, su Mami le dijo que me
diera, tengo que remangarme los pantalones, las mangas y ando con mocasines,
las zapatillas me apretan. Los chicos se ríen de mí. La maestra se esconde y
también se ríe. Si yo ya me sé todo, me enseñó mi Tío Pancho, desde que tengo
tres años. Él decía que yo era como Betojoven, un niño de la época de antes que
tocaba sinfonías, a mi misma edad.
Tío Pancho se sentaba en su escritorio y yo
a su lado. Él se traía una botella de vino y a mí una Coca Cola familiar. Me
gusta el olor del vino, es embargador. Un día me convidó un poquitito, casi
nada. Se levantó para ir al baño y ahí sí, me tomé cinco traguitos. Cuando
volvió para enseñarme el Teorema de Tales, dijo:
─Niño lindo y bueno, estás en las nubes de Úbeda,
mejor dormite una siesta y después seguimos estudiando, a mi copa le falta la
mitad. ¿Te la tomaste vos?
─Perdoname, Tío, pero sí, me pareció mucho
más rico que la Coca Cola.
─Nunca más hagas eso, si te descubren voy
preso yo. En penitencia vas a hacer cinco ecuaciones y después me contás “Cien
Años De Soledad”, que ya vi que tenés tarjeteadas todas las generaciones.
Preparate, a fin de año te llevo a Buenos Aires y vas a rendir todas las
materias del secundario, quiero que te saques 10 en todas. Si eso se hace
realidad, buscaré a tus Padres, a ver qué carajo están haciendo.
─Tío Pancho, mi Papi me enseñó que carajo es
una mala palabra, estuvo mal, porque él se pasaba todo el día diciendo carajo,
por cualquier cosa. Me pareció ingusto.

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