Melisa hacía
abdominales, mañana, tarde y noche. Hasta no llegar a la cintura de avispa,
como decía su madre, no iba a detenerse. Contrató un masajista japonés, que le
pegaba bofetones alrededor del abdomen y luego con una morsa de madera, le
ajustaba tornillos.
—Tebe dolmil con
la molsa puelta.
Melisa
controlaba sus medidas, al comenzar fueron 90-60-90, luego fue 90-54-90, más
tarde 90-48-90, se enojó con el centímetro, le echó la culpa, decía que mentía.
A su ideal de cintura le faltaba más castigo, para llegar a su objetivo, que
una mano de hombre la abarcara entre pulgar e índice. Compró cinta métrica de
metal y controlaba el día a día. El japonés no quiso seguir, porque entre la
morsa, los bofetones y la cinta métrica, la cintura sangraba.
—Melila, mis delos de mano shica, le aconseja
dejal aquí, ata que se haga cascalilla. Pásele eta clema cinco vez pol día.
Inclinó su
cabeza y cerró la puerta con la sutileza de una pluma. Renovó todo su
guardarropa, ese talle merecía vestidos y trajes de diseño. La madre perdía el
habla cada vez que miraba a su hija. La cintura de Melisa representaba, el
tallo de una flor. Hizo su presentación en sociedad, con doscientos invitados.
Tomaron birra, whisky, pisco y tequila. Fumaron porro, hachís y algún valiente
se inyectó heroína arábiga.
Cada vez que
Melisa tomaba algo o daba una pitada, sentía que su cintura quebraba. En un
rock and roll acelerado, el chico que bailaba con ella, la deslizó bajo sus
piernas y luego la arqueó sobre su espalda. Cuando cayó al piso, Melisa estaba
quebrada. Llamaron al SOME y la internaron en Urgencias. No la podían mover, o
su parte superior quedaría independiente de la inferior. La sangre dejó de
fluir con normalidad, primero murió la parte de arriba y luego la de abajo.
Único caso, donde una persona necesitó dos ataúdes independientes.
A uno le
pusieron una placa que decía: Melisa Parte I y al otro, Melisa Parte II.

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