El Tío Pancho en París eligió un hotel de
recontranombre, con dos harbitraciones, una para él con cama redonda y el techo
espejado, a mí me eligió una habitación con cama de una plaza y un drosel con
cortinas que a mí me daban miedito.
El hotel llamado “Reina Antronieta” quedaba
a cinco cuadras de la “Turra Eifel” y a la vuelta del “Mulán Rojo”. Como nos
dieron las habitaciones más altas se escuchaba la lluvia que golpeaba los
techos de latón. Creo que nunca paró de llover.
─París sí que nunca le vio la cara al sol ─decía
mi Tío complacido.
La primera noche él se fue al “Mulán Rojo” y
me dejó a cargo de un hombre que llevaba una peluca blanca, un moño negro que
le juntaba los ruleros. Tenía un chabote con volados caídos y puños también,
pero de encaje. Su saquito era entrallado, parecía puto, no quise decir eso,
porque es mala palabra, mejor digo que era gay, por los tacos altos con
herbilla. Él se encargó de mi comida llamada “Novel Cocín”. Era un plato con dos cocochos chicos y un
chorro de ketechupe, que lo cruzaba. Pensé que seguía otro plato, pero me c. (no
digo la palabra porque es mala) de hambre.
Logré escapar del gay con volados y llegué
al “Mulán Rojo”, quedé desbundado. Había mujeres semidesnudas con elástricos
entre los cachetes del culo, culo no es mala palabra. El Tío Pancho se había
tomado todo. Se agarraba de los elástricos porque no se podía mentrer en pie.
Los elástricos los llevaron al hotel Reyna Antronieta y entraron todos juntos a
la harbitración.
Ni cuenta se daban que yo estaba allí. Lo
tiraron en la cama, le sacaron la ropa con los dientes y le pasaban la lengua
por todo el cuerpo, en especial ahí. Al Tío Pancho le alcanzaba para todas. Yo
me batí en retirada.
Me detengo porque si mi
Mami se entera, le van a dar ganas de patricipar. Desde el Masajista me di cuenta
que Mami no tiene limítrofes.

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