La casa para limpiar me queda grande y a mí
me gusta que sea todo limpito. La Señora que venía mi Mamá la despidió. Ella
sabía que vivía solito y una vez por semana me llenaba el friser de tarpes con
comidas, requetecontra ricas.
Puse un cartel que decía: SE VENDE. Le pedí
a mi amigo de al lado, que era mucho más alto que yo, si podía ponerse un traje
que se olvidó Papi, bigotes finitos y cejas estúpidas, dijí mal, tupidas. Y
poder cerrar negocio con el primero que cayera. A la semana la casa se vendió a
una familia persumida y engrampada, pero pagó crush, o cash, no sé bien. Le
regalé la tercera parte a mi amigo, que se compró una bicicleta con motorcito.
Busqué una casa cerca del Colegio. Me la
vendió una Viejita, de la misma altura que yo, la vendió con muebles y todo,
tenía una salamandra donde se podía cocinar. La Viejita me la enseñó a prender.
Yo la usaba para calentar la casita. No me gusta cocinar. En la esquina había un Mac Mikey, con las
hamburgruesas, más sabrosas del mundo, eso comía. Todos los días hamburgruesas.
La chica que me atendía era demasiado vieja para mí. Tenía un montón de años,
como dieciséis me dijo. Ella me revolvía el pelo y me daba un beso en la
frente, no sé por qué me hacía temblar, me regalaba una casa sorpresa para que
la llevara a mi casa. Una vez abrí una y tenía un oso con ojos que parecían
verdaderos. Dormía con él, me hacía sentir protegido. Cuando me levantaba lo
tapaba, lo ponía con el hocico de costado para que siguiera durmiendo.
Un día la Maestra más perseversa, me
preguntó por mis Papis. No me gusta mentir, pero esta vez no hubo que tomar
remedios, le conté que estaban viajando por Uropa.
─¿Te dejaron solo?
─¡No!, tengo un Tío grande que se llama Oso,
él me cuida.
La escuché que le decía a la Piedragoga, que
yo era un niño superdotado. Ojalá fuera super, tendría una capita que me
ayudaría a volar. Hasta me dieron ganas de ver a Papi y Ma y sobrevolarlos a
ver dónde estaban, si estaban.

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