Flecha andaba en
su Harley por las noches, calles vacías, ni un alma, o mejor ni una persona, no
todas tienen alma. Se dirigió al banco sin respaldo, donde dormía el Doctor
João. Tenía dos botellas vacías bajo sus brazos. Era un Poeta notable ignorado,
sobre todo por poetas notables, trepadores, olvidables antes de cruzar la
calle. João entreabrió un ojo:
—¿Qué hacés
Flecha, a esta hora? No te convido por razones bobas, igual me abriga tu
visita…
Antes de
terminar sus chamuyos fraternos, aparecieron cuatro patrulleros, dos motos y un
cuatriciclo:
—¿Se puede saber
qué hace durmiendo en un banco público?
—Ud, oficial, general o lo que guste, lo ha
dicho. Es un banco público, formo parte del público y duermo porque tengo
sueño. Les presento a mi amigo, Flecha de la noche, asistente de los solos.
—Esto es el
colmo, hay que explicarles a Uds, que tienen la peor prensa del mundo, qué hace
el Dr y Poeta João.
Flecha sacó su
chapa. Quedaron mudos.
—Como podrán
apreciar en este bronce, soy el Jefe del boludo que los manda y los llama
negros de mierda ¡¡¡Fuera ya!!! Me tapan la luna y el silencio.
Desaparecieron
de inmediato.
—Ché, Flecha
¿Vos sos cana?
—Dr, Ud mismo me
explicó, que el mundo se divide en nosotros y la cana.
—Tenés razón, no
me acordaba ¿Y la chapa?
—Me la prestó mi
hijo, pero estos animales no diferencian el bronce del cotillón.
El Dr y Poeta,
preguntó:
—¿No me prestás
una birome?, papel tengo.
Se sentó erguido
como los grandes y escribió una poesía, se la entregó a Flecha, doblada
prolija.
—¿La puedo leer?
—De ninguna
manera, es para tu hijo y nadie más. Andá nomás, Flecha. Tengo ganas de seguir
durmiendo.

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