sábado, 28 de enero de 2023

INESPERADOS

   En medio de la limpieza, yo, con mi ropa agujereada, los pelos parados, subiendo y bajando de rodillas y de pie. Desplazando sillones pesados. Bichi, que se le rompieron dos persianas, trataba de arreglarlas cuando la aspiradora prendida, echaba humo por el enchufe. Hubo que destapar dos cañerías, eso nos llevó una hora a cada uno.

   Con el lavarropas, todo mal, perdía agua por atrás y por adelante y del secarropas ni hablar, tuve que romperlo para sacar la ropa que estaba adentro.

   Nos pusimos a podar porque adentro no se veía nada. Después que rebalsó la poceta, se inundaron las alfombras. De a poco nuestras manos se transformaron en mancas. Nos miramos a los ojos y nos abalanzamos sobre el cafecito y un pedazo de queso de rallar. Nos reíamos porque estábamos mojados y con todas clases de hojitas pinchudas. Parecíamos soldados camuflados.

   Alguien se prendió al timbre y no lo soltaba. Abrimos y eran las dos hermanas de Bichi, con sus maridos y los chicos.

   —Parece que llegamos en mal momento.

   Se hizo silencio.

   —Y sí, la verdad que llegaron en muy mal momento, —dije yo con toda furia— por favor, váyanse ahora mismo.

   Quedaron tan ofendidos que contaron a nuestros amigos que éramos unos mugrientos.

   Bichi dejó de hablarles a sus hermanas. Yo no les di más importancia de lo que merecían.

   Me olvidé de decir que el más chico de los chicos, perdió un dedo en el primer portazo. Me dio bronca, porque esa puerta había quedado impecable y quedó manchada de sangre y un dedito en el piso. Nos pidieron que les devolviéramos el dedito. Pasaron los recolectores y se llevaron nuestras bolsas de basura, con el dedito adentro. 

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