Hago que estoy
bien, me río y todo. Pero estoy triste de toda tristesitud, pobrecita yo,
egoísta insalubre, hasta pensé en suprimirme, soy cagona, no puedo o mi
inconsciente tiene esperanza.
—¿Porqué me
hacés y te hacés esto?...hay chicos de tu edad…
Dice mi Madre,
que se casó por deber y nunca supo ¿cómo se va a morir sin saber?...
Escucho el
galope de mi Padre, en esta comedia, él se baja del caballo y recita el papel
que le ha tocado en suerte:
—Pepa, es un
degenerado, él te hablará el mundo que inventó, para que creas en sus certezas.
Repará por un segundo que es un viejo desconocido, pensá, tenés que pensar, no
podés no pensar.
Me da pena mi
Padre. Hay dos cosas que amo, escribir y Sebastián, nada más existe. Nos vemos
con prismáticos, lo saludo de día cuando corre la cortina. Vivimos en edificios
separados, pero él me enseñó que nos espejan los cristales, y nos une el viento
que imita sonidos sin final.
—¡Pepa! Bajá las
cortinas, hoy coinciden las guardias de tu Padre y las mías. Te vas a quedar
sola, hay comida en el freezer. Trabé todas las ventanas, escuché que habrá
vientos y lluvias. Fuertes, muy fuertes.
Espié por la
banderola del baño y está ahí, con el agua que le cae en el sombrero. Tengo
ganas de bajar y acompañarlo. Me pongo al lado. Pasa el Diarero:
—Pepa, ¡qué
lindo que tu Abuelo te acompañe a mirar la lluvia!
Nuestras manos se tocan, él se avergüenza, yo lo agarro con fuerza, lo miro y él, ya sabe. Caminamos juntos, nadie repara en nosotros, porque él es viejo y yo parezco su nieta, que lo amará para siempre. Aunque no esté.

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