—Lo conoció
después que a su marido ─era típico en algunas parejas, pero ella defendía su
condición de esposa ejemplar.
—Sí, conozco la
historia, se conocieron en un curso donde se hablaba de la felicidad caduca o
permanente, ninguna de ambas cosas ciertas. Era para vender.
El aburrimiento
los llevó a conocerse en el mismo día y a la misma hora. No vale la pena que yo
le cuente que asistí al curso, igual que ellos.
—Se hicieron
amigos y ni bola le daban a los entrenadores mentirosos. Seguían hablando a la
salida, segregaban la presencia de sus compañeros creyentes.
—Si vos supieras
la envidia que me daba, verlos tan acordes, siempre con sonrisas dispuestas.
Pensé que a
medida que me contaba, los quería unidos, como las películas que terminan en
una felicidad redonda.
—Ellos
decidirán, mucho mejor que nosotras.
La nueva pareja
no advirtió que la amistad, pasó al amor de las ideas y al imparable deseo del
cuerpo. Vivían sus encuentros en el mismo horario del curso. Ella evitaba que
su marido tuviese la más mínima sospecha. Se encontraban huyendo de las
palabras. Cuando la pasión los invitó al estreno de una obra, estaba su marido
en un palco avancé, sosteniendo la mano de Nina, amiga de ambos. A ella le tomó
un deseo repentino de estar en su casa, besó interminable al amante y partió en
un taxi. Entró como talón de fuego, frente al hogar prendido, estaba su marido,
leyendo un libro de Agatha Christie. Le dio un beso.
—Ya te traigo un
café y hablamos.
Él estaba
concentrado en su novela policial, dijo un sí áspero. Cuando salió de la
cocina, él tenía el libro en el apoyabrazos.
—¿De qué querías
hablar? ─hizo caer la azucarera─ yo junto el azúcar y vos me contás.
Ella se sintió
atrapada en la azucarera rota.
—¿Vos sabés que con este disgusto de mi torpeza?, ni recuerdo qué tenía que decirte.

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