domingo, 29 de enero de 2023

EL DESEO DE PAULA

   La llevaron sus padres, la querían tanto, que la odiaban antes de nacer, eligieron su carrera. Ella consiguió trabajo, era tan impecable su proceder que ocupó el cargo piramidal, cúspide.

   Paula, vanguardista, fue autora de discusiones horizontales, donde ninguna opinión era denostada. Pensaba Paula que los más astutos intelectuales, a la hora de decidir, resolvían mejor con abogados de simples valías.

   —Una sola vez tomé pastillas, sólo faltaron dos y obtendría lo que quise siempre.

   Aquel hombre, Profesor honorable, Psiquiatra, deseaba aplacar los pensamientos tanáticos de Paula.

   —Te vas a quedar a vivir en esta casa, no verás a tus padres, ni ellos a vos.

   No le hizo mella:

   —Tanto mejor, viajarán, ocuparán los mejores hoteles, comprarán de todo y se liberan un buen tiempo de su hija “la loca”, como dice mi tía Sofía, que nunca miente, porque está loca como yo.

   El Profesor escribía mirando la alfombra, preguntó por qué quería terminar su vida. Ella enmudeció, como cuando recién llegó y luego: 

   —No me gusta el Mundo, es frío aún en los países cálidos. No terminan una guerra, que siguen con otra y otra. No me gustan los árboles, sé de su vida breve. Las flores se extinguieron en mi cabeza, los libros, películas y sobre todo personas. Son iguales a mí, es lo que más me horroriza, nadie quiere matarse por nada, siempre prima una razón. Ud que parece, parecer no es ser, tan lúcido, dígame porqué me metieron en esta casa, llamada “Lugar de Retiro”. Si es un loquero, que a diferencia de otros, está bien vestido y es carísimo. Creo que no debe molestarse en convencerme de nada, hasta puedo simular una Paula optimista que se reintegra a la sociedad. Igual me voy a matar, es lo que más me gusta, la sola idea.

   Enmudeció media hora.

   —De lo que dice del Mundo, no le interesa nada?

   —¡Qué obvio el Profe! ¿Cómo me puede interesar este Mundo de mierda, en el que desgraciadamente, todavía vivo?

   Después de cincuenta días de silencio, Paula comenzó a hablar con otros pacientes. Los paseaba por el jardín, comía con algunos. Tenía una voz dulce y armoniosa, les cantaba con una guitarra. Calmaba los ataques de los más bravos.

   Un día se presentó ante el Profesor, le entregó un grueso cuaderno, con los progresos de cada habitante de la casa. Quiénes necesitaban afecto. Quiénes podían reemplazar agujas o píldoras, sólo con el habla. Y demás detalles, de los mal llamados enfermos. También dedicó un minucioso estudio de otros Médicos, Cocineros, Enfermeras y todo el personal de la casa. Hasta dos Jardineros, contaban entre sus apreciaciones. Dio los buenos días y un abrazo inesperado.

   El Profesor advirtió que Paula se había enamorado de él y él, de ella. Como excelente profesional, la acompañó hasta la puerta del jardín. Sin mirarse le entregó su mochila, con una carta abierta, pegada del lado de afuera. Paulita, sin continuar, tuvo ganas de morir: “Te doy mi consentimiento, cuando junte valor, haré lo mismo. Firmado: Sigmund.” 

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