La llevaron sus
padres, la querían tanto, que la odiaban antes de nacer, eligieron su carrera.
Ella consiguió trabajo, era tan impecable su proceder que ocupó el cargo
piramidal, cúspide.
Paula,
vanguardista, fue autora de discusiones horizontales, donde ninguna opinión era
denostada. Pensaba Paula que los más astutos intelectuales, a la hora de
decidir, resolvían mejor con abogados de simples valías.
—Una sola vez
tomé pastillas, sólo faltaron dos y obtendría lo que quise siempre.
Aquel hombre,
Profesor honorable, Psiquiatra, deseaba aplacar los pensamientos tanáticos de
Paula.
—Te vas a quedar
a vivir en esta casa, no verás a tus padres, ni ellos a vos.
No le hizo
mella:
—Tanto mejor,
viajarán, ocuparán los mejores hoteles, comprarán de todo y se liberan un buen
tiempo de su hija “la loca”, como dice mi tía Sofía, que nunca miente, porque
está loca como yo.
El Profesor
escribía mirando la alfombra, preguntó por qué quería terminar su vida. Ella
enmudeció, como cuando recién llegó y luego:
—No me gusta el
Mundo, es frío aún en los países cálidos. No terminan una guerra, que siguen
con otra y otra. No me gustan los árboles, sé de su vida breve. Las flores se
extinguieron en mi cabeza, los libros, películas y sobre todo personas. Son
iguales a mí, es lo que más me horroriza, nadie quiere matarse por nada,
siempre prima una razón. Ud que parece, parecer no es ser, tan lúcido, dígame
porqué me metieron en esta casa, llamada “Lugar de Retiro”. Si es un loquero,
que a diferencia de otros, está bien vestido y es carísimo. Creo que no debe
molestarse en convencerme de nada, hasta puedo simular una Paula optimista que
se reintegra a la sociedad. Igual me voy a matar, es lo que más me gusta, la
sola idea.
Enmudeció media
hora.
—De lo que dice
del Mundo, no le interesa nada?
—¡Qué obvio el
Profe! ¿Cómo me puede interesar este Mundo de mierda, en el que
desgraciadamente, todavía vivo?
Después de
cincuenta días de silencio, Paula comenzó a hablar con otros pacientes. Los
paseaba por el jardín, comía con algunos. Tenía una voz dulce y armoniosa, les
cantaba con una guitarra. Calmaba los ataques de los más bravos.
Un día se
presentó ante el Profesor, le entregó un grueso cuaderno, con los progresos de
cada habitante de la casa. Quiénes necesitaban afecto. Quiénes podían
reemplazar agujas o píldoras, sólo con el habla. Y demás detalles, de los mal
llamados enfermos. También dedicó un minucioso estudio de otros Médicos,
Cocineros, Enfermeras y todo el personal de la casa. Hasta dos Jardineros,
contaban entre sus apreciaciones. Dio los buenos días y un abrazo inesperado.
El Profesor advirtió que Paula se había enamorado de él y él, de ella. Como excelente profesional, la acompañó hasta la puerta del jardín. Sin mirarse le entregó su mochila, con una carta abierta, pegada del lado de afuera. Paulita, sin continuar, tuvo ganas de morir: “Te doy mi consentimiento, cuando junte valor, haré lo mismo. Firmado: Sigmund.”

No hay comentarios:
Publicar un comentario