Era fea y era
linda. La conocía de la Estación, nos cruzábamos porque yo volvía del trabajo y
ella del Colegio. Subíamos al mismo tren, siempre fue el de las 12.30. Ella
buscaba un asiento rebatible para sentarse frente a mí.
En los ojos se
le reflejaba que el campo le gustaba, más que gustarle lo amaba.
—Señor, ¿me
permite intercambiar asientos?, porque donde estoy, el tren va para atrás y eso
me molesta, me da náuseas.
—Tuve una idea,
en vez de cambiar de asiento nos sentamos juntos.
Miró con una
mirada más bella que sus ojos.
—A usted, Señor,
se lo pregunto por curiosidad, ¿hacia dónde se dirige?
—No estoy muy
seguro, pero ya me voy a dar cuenta. A todo esto, me pasé de Estación. Ahora me
toca a mí ¿por qué una chica tan joven viaja sola?
—Es que me
esperan en la Estación, el resto del viaje lo hago en auto. Acá me tengo que
bajar. ¿No quiere que lo llevemos con nosotros?
Y yo acepté, no
podía abandonar aquellos ojos. La Madre tardó mucho en aparecer. Mientras tanto
nos resignamos a la espera. Valió la pena, porque llegó. Estaba despeinada, con
el rouge corrido, manchas rojas en el cuello y le faltaba un bretel del
corpiño, por eso llegó tarde la sinvergüenza.
—¿Con quién
tengo el gusto de hablar?
La hice corta y
le contesté:
—Conmigo.
Arrancó el auto
y la chica dijo:
—Me gusta este
Señor, Mamá, pero no para amigo, para novio y marido.
—Pero, ¿qué
decís?, este hombre, perdón este Señor cuadruplica tu edad o casi. No te pasa
con uno, te pasa con un montón. Además, hijita, te pasa con todos.
—Salí a vos,
Mamá, te pasa con todos, no tengo más ganas de hablar con vos. Me voy con él.
Las diferencias son grandes cuando el corazón es muy chico. ¿No está de acuerdo
conmigo, Señor?
—No, tiene razón
tu Madre, hay que terminar la Facultad, elegir qué camino vas a seguir.
Pobre la niña
grande, se ha puesto a llorar. Apoyé una rodilla en la tierra y le regalé el
reloj que fue de mi Abuelo. Se le pusieron los párpados pesados. Yo mismo le
cerré la cadena con el reloj que respiraba con ella.
Al día siguiente escapamos juntos, con el auto de su Madre, el camino era escarpado, pero ella una excelente volante. Yo le pedí cambiar de conductor. Había un agradable olor a lilas, pensé. Este viento nos repara. Aquellos pájaros nos saludan. No alcancé a ver que del otro lado venía un vehículo, se cruzó a mi mano. Alcancé a ver sus ojos espejados.

No hay comentarios:
Publicar un comentario