sábado, 21 de enero de 2023

LA AUDACIA NO ENVEJECE

 

   La flia nuclear se reunía una vez por mes, Madre, Padre, Hijo y Nieto. Cuando fue chica la Madre, era todos los domingos, siempre alguien le señalaba con enojo, que bostezara a cada rato, menos el Tío Roberto que se dejaba coptar por el fuego, buen momento para no escuchar su mujer y dirigir con su brazo desplegado una sinfonía imaginada. Él también era señalado con enojo. Al diferente, acusado de loco en secreto, nadie le daba bola. Los normales, habrían preferido arrojarlo con las miguitas del mantel. Recuerdos de la ex-chica.

   Hoy es un Restaurante, lo que quedó de la flia numerosa. El Padre elige una mesa equidistante de las restantes, el Hijo al lado del Nieto, la ex-chica se queda con anteojos, un rato en cada mesa. Le pareció que todos se parecían a todos, si alguno hubiera cambiado de lugar, a otra mesa, nada habría cambiado. La ex-chica cumplía años, pensó que sesenta y ocho, su Marido dijo:

   —Sesenta y nueve.

   En un ataque de lucidez perestroika, pensó que si los números de sesenta y nueve mudaban al ves-re, noventa y seis, ella no estaría sentada en esa mesa. Tomó la botella de vino y sirvió dos copas hasta el borde y al hilo. Habló el Hijo:

   —Muy ordinario lo tuyo, no quiero papelones.

   Lo apoyó el Padre y el Nieto no escuchó, porque logró meterse con cuerpo y todo en el microcelular. Recorrió la ex-chica, con ojos de vino, mesa por mesa. Cuando se salía de foco, la misma mesa eran dos. Tanta observación la aterrizó en el ex-rotisero Bernárdez, ahora Senador en el Congreso Provincial, representando a Lugar Soñado. Corrupto, lavador, transatuti, petiso, gordo y rostizado, comiendo bocados enormes entre su flia acomodeitor. Eran dos mesas rotiseras.

   La ex-chica tomó dos tenedores, se puso de pie, caminó con dignidad de ocho y le ensartó uno en cada cachete. Ella volvió a su silla. Bernárdez no pudo ponerse de pie por su panza. Su flia sufría de lo mismo. Salían arroyitos de sangre y no podía quitárselos ni entre dos mozos. Claro, la grasa de los cachetes aprieta tenedores. En eso estaban. Mientras la ex-chica, su hijo, el Padre y el Nieto, seguían deglutiendo estilo: “Aquí no ha pasado nada”. El resto de la concurrencia sonreía, sin hablar, sin mirar y plena de satisfacción.          

   —Cobardes! 

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