La flia nuclear
se reunía una vez por mes, Madre, Padre, Hijo y Nieto. Cuando fue chica la
Madre, era todos los domingos, siempre alguien le señalaba con enojo, que
bostezara a cada rato, menos el Tío Roberto que se dejaba coptar por el fuego,
buen momento para no escuchar su mujer y dirigir con su brazo desplegado una
sinfonía imaginada. Él también era señalado con enojo. Al diferente, acusado de
loco en secreto, nadie le daba bola. Los normales, habrían preferido arrojarlo
con las miguitas del mantel. Recuerdos de la ex-chica.
Hoy es un
Restaurante, lo que quedó de la flia numerosa. El Padre elige una mesa
equidistante de las restantes, el Hijo al lado del Nieto, la ex-chica se queda
con anteojos, un rato en cada mesa. Le pareció que todos se parecían a todos,
si alguno hubiera cambiado de lugar, a otra mesa, nada habría cambiado. La
ex-chica cumplía años, pensó que sesenta y ocho, su Marido dijo:
—Sesenta y
nueve.
En un ataque de lucidez perestroika, pensó
que si los números de sesenta y nueve mudaban al ves-re, noventa y seis, ella
no estaría sentada en esa mesa. Tomó la botella de vino y sirvió dos copas
hasta el borde y al hilo. Habló el Hijo:
—Muy ordinario
lo tuyo, no quiero papelones.
Lo apoyó el
Padre y el Nieto no escuchó, porque logró meterse con cuerpo y todo en el
microcelular. Recorrió la ex-chica, con ojos de vino, mesa por mesa. Cuando se
salía de foco, la misma mesa eran dos. Tanta observación la aterrizó en el
ex-rotisero Bernárdez, ahora Senador en el Congreso Provincial, representando a
Lugar Soñado. Corrupto, lavador, transatuti, petiso, gordo y rostizado,
comiendo bocados enormes entre su flia acomodeitor. Eran dos mesas rotiseras.
La ex-chica tomó
dos tenedores, se puso de pie, caminó con dignidad de ocho y le ensartó uno en
cada cachete. Ella volvió a su silla. Bernárdez no pudo ponerse de pie por su
panza. Su flia sufría de lo mismo. Salían arroyitos de sangre y no podía
quitárselos ni entre dos mozos. Claro, la grasa de los cachetes aprieta
tenedores. En eso estaban. Mientras la ex-chica, su hijo, el Padre y el Nieto, seguían
deglutiendo estilo: “Aquí no ha pasado nada”. El resto de la concurrencia
sonreía, sin hablar, sin mirar y plena de satisfacción.
—Cobardes!

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