—Sería incapaz,
te crió los chicos, cubrió algunas de tus situaciones maritales, leal como no
conozco a nadie. Pensás en denunciarla, estás loca y aunque fuera como vos
contás, perdoná, pero sos una pijotera de cuarta. Pitusa, reflexioná.
—Eran mis
cucharitas de plata, con mis iniciales, si hubieran sido los serruchitos, no
digo nada, pero a vos bien que te dio bronca cuando la pobre Mapela se llevó la
sopera, ni seguridad que fue ella, Merce, pensá y tené memoria. La dejaste en
la calle, sin documentos, por una sopera de mierda, no jodamos. Si al final
hacemos como la muerta resucitada de mi vieja, que cosa que le faltaba, le
echaba la culpa a la muchacha.
—Aquí, entre
nos, mi viejo se cogía a la pobre Mapela, lo más patético es que mi vieja sabía
y no decía nada. Porque prefería que mi viejo la dejara dormir y sin
interferencias.
—Tengo que
confesarte algo, Pitusa, no quiero perder una amiga por un tipo sin atributos
elementales, me acosté con tu marido. Ahora comprendo tu cara de mal cogida.
Pero yo, igual te quiero. Fue un momento de debilidad.
—No me pidas
perdón, estamos a mano, yo me acosté con el tuyo, te aseguro, Merce, si hubiera
percibido que es tan poca cosa…¿Cómo hacés, decime…
—Dormimos en
cuartos separados y están los amigos de mi hijo, una no es de fierro, viste?
—No, ¿ves?, yo a
tanto no llego, soy Católica y…en fin.
—Como todos los
católicos sos hipócrita, porque mi propio hijo me contó que en la cama sos una
yegua. Quedate tranquila, él no es soplón, me lo contó a mí porque sabe que
somos íntimas amigas.

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